Llevo ya mucho tiempo dejando esbozos por escrito de aquellas ideas que me rondan y me obligan a estar alerta, para tratar de interpretar a mi manera muchas de las cosas que me rodean y que, en definitiva, constituyen el eje de mi vida y su propia esencia. Son miles las páginas que ocupan mis manías y mis pensamientos. Alguien tituló el recuento de su obra creativa con este sabroso frontis: “Cuanto sé de mí”. No sé si no se podría decir otro tanto de esta resma de papeles y de palabras que voy dejando cara al público y en mis estanterías. ¿Realmente las leerá alguien?, ¿las rumiará un poquito alguna persona? Nadie tiene la obligación de hacerlo y acaso sencillamente no merezcan la atención. Yo sí aspiro a volver a ellas más adelante. De hecho ya lo hago de vez en cuando.
Hoy quiero dejar constancia de algo especial por lo aparentemente raro para mí. ¡!!Estoy estudiando teología!!! Así, como suena. A mi edad y con mi pensamiento. Es verdad que lo hago, al menos de momento, por obligación y por razones que me guardo, pero la verdad es que estoy haciendo un curso de teología.
La revelación; La Trinidad (sí, sí, La Trinidad, eso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, lo del Filioque y los ortodoxos, las herejías…); El Credo; La fe y la razón; El pecado original; Jesucristo, Dios y hombre; El Espíritu Santo (eso de la paloma y sus arrullos); La resurrección y la vida eterna; Los juicios y las condenas; Los sacramentos…
De aquí por lo menos un doctorado. Qué descomposición mental y qué historia más triste. Al menos desde mi corta cabecita. Mira que acudo con la mejor disposición y con el prejuicio de los dos mil años de pervivencia. A ello añado, además, mi sospecha de que la dimensión “espiritual” del ser humano es importante (he escrito espiritual entre comillas y necesitaría muchas líneas para explicar, y mal, su significado). Pues ni por esas, cada página me parece más una ensalada mixta en la que cabe todo y en la que se configura una historia de salvación, necesaria solo por haber colocado al ser humano, pobrecito él, en situación de pecado sin remedio. Coño, no habría sido mejor ahorrarse el camino y los esfuerzos, y haber dado ya el campanazo desde el principio. Si es que hubiera existido ese principio, claro.
Pecados originales, condenaciones, limbos, purgatorios, manchas… Y, sobre eso, claro, las necesarias salvaciones y redenciones. Qué batido de elementos contrapuestos, qué esfuerzos por explicar lo contradictorio, qué manera de ir acumulando dogmas y de ir salvando los muebles en la Historia… qué diarrea mental.
Pero voy a seguir con mi encargo y trataré de ver alguna luz en este oscurísimo túnel sin final. Igual consigo vaciar el mar a base de vasitos de agua y le hago la pascua a san Agustín. Todo podría ser.
Tendría que ocuparme el oficio tiempo y espacio. Veremos si la asignatura se deja aprobar o incluso me entra el gusanillo de darle forma a alguna reflexión extensa. Veremos.
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