Supongo que repito la ocurrencia porque me reconozco como en eco y algo me suena de haber susurrado aquí esta idea. Me parece muy importante y no me preocupa demasiado volver a ella.
Tengo la impresión -la impresión se convierte en certeza si la repetición de los hechos la sustentan- de que se vive demasiado a la contra. El asunto daría para un ensayo muy largo y hasta sesudo, y para su desarrollo se podría perfectamente rastrear en la historia de esta comunidad peninsular (y, por desgracia, en cualquier otra). Hoy basta con mirar a nuestro alrededor para ver si hay algo de lo que se apunta.
Uno de los espectáculos en los que mejor se manifiesta este desequilibrio es el asunto del deporte, sobre todo si existe una rivalidad especial, casi siempre fomentada y atizada por los medios de comunicación para que la hoguera del morbo les rinda beneficios económicos. Tal vez por eso se me ocurre esbozar hoy la idea, después del partido enésimo del siglo disputado ayer.
Vi cómo en la celebración de muchos jugadores había signos de exteriorizar algo más que una victoria en un partido, escuché a un presidente que se desfogaba con “baños” al contrario, oí el repiqueteo en las palabras de varios comentaristas deportivos, en algún caso de periodistas sin declaradas simpatías hacia ninguno de los dos contendientes, sufrí las expansiones verbales y de gestos de muchos aficionados que pasaban sin escrúpulos la línea de la grosería, observé cómo algún deportista del otro lado se perdía en lodos sin sentido con tal de no reconocer la superioridad del adversario… Desgraciadamente, lo que hoy sucede en un barrio otro día sucederá en el de enfrente.
Creo que, por desgracia, ocurre lo mismo en muchos más ámbitos de la vida y de la convivencia. Y esto es lo más importante. ¿Qué son, si no, las esencias de los nacionalismos? ¿A qué aspira cualquier negocio en este sistema económico en el que vivimos si no es a que se arruine el de al lado para poder llevarse los clientes? ¿Interesa en la contienda política hacer triunfar las ideas en las que creemos -si es que las tenemos- o más bien que el rival se hunda y quede en ridículo? ¿Y qué sucede, en fin, en cuanto al ser humano se le da superioridad no controlada contra otro de su comunidad? Imagínese, por ejemplo, lo que puede salir de una pandilla de jóvenes ante algún ser necesitado. O el peligro de un ser con armas en los sitios no indicados para su uso.
Alguna causa habrá, naturalmente, para que suceda lo que desgraciadamente se puede observar cada día. Analizarlas no estaría de más. Dejarse llevar por las euforias y creer que todo es normal nos lleva a consecuencias que más tarde pueden resultar dolorosas. Y, sobre todo, vivir a la contra en vez de fomentar elementos positivos de aproximación y de buena voluntad me parece que es propio de sociedades enfermas y de individuos asilvestrados y alejados de lo que distingue a la capacidad de los humanos.
Los hilos que mueven tanto desatino obedecen siempre a los intereses de los que revuelven esos hilos. Los demás somos un poco títeres que, además, nos tragamos el circo después de haber pagado un buen precio por la entrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario