El esplendor se anuncia con ruidos de atabales y de tambores, con fanfarrias y lujos, con estrellas y luces. O eso parece en este mundo de mierda y de decoración sin tasa, en el que todo es solo lo que parece, como en una inmarcesible representación del gran teatro universal.
Lo que no se vocea o no se publica en los medios no existe porque no se contabiliza ni se hace rentable en las cuentas de resultados. Todo tiene que tener fulgor y pachulí que apeste, todo se mide en glamur y en ronroneos, en deseos insatisfechos y en imágenes que cieguen.
Y, sin embargo, la vida real y sabrosa tendría que ser la del menudeo, la del instante, la de las pequeñas cosas, la del quiero y no puedo, la que apunta más para adentro que para fuera, la que parece que pasa sin dar guerra, la que suma sin ruidos, la que nos hace reconocernos como seres con vida, la que nos convierte en forasteros de nosotros mismos para saludarnos y abrazarnos con ternura.
Nos hemos dejado llevar por las luces y por los flashes, por el vértigo y por la inconsciencia, como si nos diera miedo de nuestra propia libertad, de nuestras limitaciones, de nuestra caducidad y de nuestras miserias. Pero es que, con la misma fuerza, nos pueden los miedos de las ilusiones, las incertidumbres de lo desconocido, las sensaciones de la responsabilidad. Es mejor que nos lo den todo hecho, que nos apabullen con lo que llega de fuera, con lazo y empaquetado, con las verdades sin cuestionarse, con los tópicos en el frontis de lo eterno, con las costumbres como dogmas indiscutibles, con el don apacible de dejarse llevar por lo que haya.
Acaso deberíamos descubrir el don de lo pequeño, dividir la existencia en unidades mínimas, no aspirar a más nada, bajarnos a la escala de la nanotecnología temporal, quedarnos en los quarks y en lo que cada instante nos vaya deparando. Tendríamos que ser capaces de descubrir lo hermoso y definitivo que es despertarse y sentir que vemos, que podemos poner nombres a las cosas, que alcanzamos a dividir la realidad en pequeñas porciones, que tras la ventana se extiende el aroma del nuevo día, que tenemos manos para dominar la ropa de la cama y para adornar la casa, que el espejo nos devuelve la figura con la que ponernos serenamente de acuerdo, que el desayuno es bueno, que el miedo es también nuestro, y la ilusión y el juego; que el otoño es sencillamente y nada menos que una hermosísima estación del año y de la vida; que cualquier ocurrencia diminuta puede ser el germen de un acto muy importante; que la ternura está en nuestra forma de mirar a los otros; que los demás son extraños y forasteros solo si nosotros lo queremos o lo deseamos; que cuando volvamos al lecho y nos durmamos, la oscuridad del mundo seguirá siendo libre en sus tinieblas, con nosotros en él y en nuestros sueños.
Tal vez tendríamos que aspirar con algún estoico a retirarnos a nosotros mismos y a no ser tanto un ser sabio y ejemplar como un ser razonablemente feliz. Quizás porque para vivir es suficiente con la vida misma.
7 comentarios:
Vivir solo vivir...agradecerlo y ser consciente de ello.
Ha escrito glamur y se debe escribir glamour. Cámbielo.
Un mundo que a veces hace sentirte tan inútil , que ni tu comprendes. Hasta que te buscas, te entiendes y comprendes, que la vida es cada día. Una risa, la lluvia ,el sol , un abrazo, un llanto, un amanecer....Quizás porque para vivir es suficiente con la vida misma
Sí, sí, vale. Pero lo de glamur lo tienes que cambiar.
Yo tampoco lo sabía pero lo he mirado en el diccionario y efectivamente es "glamour"
La palabra glamur no está registrada en el Diccionario. La que se muestra a continuación tiene formas con una escritura cercana.
glamour.
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No entiendo porque no se ha cambiado ya. Se dice galmruro.
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