El cada vez más hermoso fondo de la visita de mi nieta, con la que, cada vez que viene, se me olvidan el tiempo y el espacio, me sirve de colchón y muelle para el contraste en el que hoy, un poco más que otros días, me veo sumergido.
Leo el Catecismo Revolucionario de Bakunin y me encargan opinión para la publicación de unos comentarios acerca de algunos poemas de Unamuno. Hala, todo a la vez, como si con el pescado lo mejor fuera tomar aguardiente.
Calendario Revolucionario II: “Remplazar el culto a Dios por el respeto y el amor a la humanidad. Proclamamos a la razón humana como único criterio de verdad; la conciencia humana como base de justicia; la libertad individual y colectiva como única fuente de orden en la sociedad.”
No tengo citas inmediatas de Unamuno en la memoria pero bien sé que para él la realidad perdía consistencia hasta convertirse en una realidad solo soñada. O sea, prevenciones y cortapisas a la razón por todas partes. A partir de esta situación, desencadenó todo su pensamiento espiritualista y agónico, espectacular y hasta escandaloso, iluminado y acaso ciego en muchas ocasiones. Siempre provocador y atractivo, en todo caso.
Sospecho que todo ser humano y toda la historia individual y colectiva no es otra cosa que una lucha continua entre estos dos extremos, que tensan la cuerda de la razón y de los sentimientos y que mantienen vivo al ser humano en esa lucha consciente o inconsciente.
La mía también anda en esa confusión, en ese razonar sintiendo y en ese sentir razonando. Toda la razón es débil y llena de aristas; todo sentimiento es peligroso y señuelo para el engatusamiento y hasta a veces para la cobardía. En este sinsentido razonable el ser humano va dejando pasar el tiempo, va engañándose no sabiendo que siempre se engaña, soñando sin saber si sueña o es soñado, dejándose arrastrar por la corriente de las costumbres sin indagar por miedo a que los resultados puedan no complacerle y le obliguen a enfrentarse cara a cara con otra realidad, sumergiéndose en las aguas del lago de las tradiciones, ocultando la cabeza bajo el ala de lo repetido sin pensar que tal vez el sentido común y la lógica sencilla le pidan otros comportamientos.
Bakunin fue un revolucionario que dejó ahormado un camino para quien cree radicalmente en la libertad del ser humano como tal, de quien aventura su vida en gobernar la nave de sus acciones, de quien responde ante sí mismo y se erige en fin excelso de sus anhelos.
Unamuno también quiere descubrirse como ser que se derrama en conciencia universal y cósmica, como explorador de una realidad que fuera más allá de la apariencia inmediata de las cosas, garante de una fuerza vital incontrolable hacia la eternidad, sujeto y objeto de toda oración de acción humana pero apuntando siempre hacia más allá de la muerte, protestón incurable contra esto y contra aquello.
Sospecho, con algún criterio de razón y con alguna gota de deseo, que ambos son seres que buscaron con ahínco el sentido último y verdadero de la existencia humana. Los dos merecen mi reconocimiento y mi aplauso fervoroso. Aunque Unamuno se escoró casi siempre del lado del sentimiento, acuñó esta expresión: “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento.” Pues eso.
2 comentarios:
Estoy totalmente de acuerdo con Unamuno, la realidad que nos impulsa no es la realidad que vivimos día a día, sino la realidad soñada.
¡Qué potito!
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