Cuando llegó al perfil de la ventana, después de una hora larga de lectura, descubrió que la lluvia bajaba lentamente, con la mansedumbre de los animales cuando pastan en una tarde quieta, hasta la tierra. El suelo se había mojado y hasta él no había llegado ni el eco de las gotas percutiendo en las tejas ni en los canalones.
El fondo era todo gris y, en ese fondo, las nieblas arañaban los árboles y las piedras de las laderas de la sierra partiéndolas en dos pues, en lo alto, la claridad era más visible que aquí, a ras de tierra y en el valle.
Mientras llovía, como sucede con un peinado inmenso tras la ducha, su mirada quedó fija en los incipientes colores de la paleta otoñal. Los chopos, como siempre, eran los pioneros en anunciar el otoño y el tiempo de los fríos desde su desnudez vertical y amarillenta. Pero eran también los cerezos, rojizos en sus hojas ya cansadas, y los verdes más oscuros de los robles, o los fresnos transidos, o los tilos y avellanos, que guardaban el cauce del rio en su descenso.
A lo lejos adivinó el perfil de los caminos, ya mucho menos nítido, y mullido de hojas y de restos; eran esos caminos por los que repartía sus pasos con frecuencia y donde se dejaba rozar por la brisa y por el sol en otros días.
Y pensaba en las luces del verano, en los cielos abiertos e infinitos, en los días tan largos y en las noches tan cortas. Le volvieron los ecos de las risas y de las fuentes, del agua y del césped, de las brisas nocturnas aromadas de extrañas cosméticas, de los paseos lentos bajo la tenue luz de las farolas…
Mientras, seguía lloviendo con la misma mansedumbre de los bueyes.
Y comprendió que el tiempo y el espacio son nociones de paso, sensaciones que vuelven cuando se les hace sitio, estatuas detenidas en vagones de trenes que siguen su camino, negaciones del nunca y expresiones borrosas de lo que fue y no es.
No hacía frío. La lluvia lo llamó a su presencia. Se le olvidó el paraguas y no volvió a buscarlo.
1 comentario:
A veces hay necesidad de empaparse...ducha para el alma.
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