Las palabras nombran las cosas en una aproximación siempre pobre pero insustituible para la supervivencia y para las relaciones humanas. Cuando se produce una nueva realidad, se pone en marcha la máquina de las palabras para enviarnos una, sola o en compañía, que se apodera de esa realidad y la pone en circulación entre los hablantes. Solo desde ese momento existe realmente la imagen de la realidad y la realidad misma. Las formas utilizadas por el sistema son muy variadas, pero siempre terminan haciéndose la con idea que de la realidad nos hacemos.
Desde hace muy escasas fechas esta comunidad peninsular se ha familiarizado con un palabro raro: “escrache”, de configuración fonética extraña y de origen lejano; el DRAE solo lo recoge como usado coloquialmente en Hispanoamérica, con la acepción segunda de “fotografiar a una persona”. No importa demasiado el origen ni la forma en que se ha expandido, lo hemos aprendido y basta. Además, todos conocemos también que esa fotografía está cargada de colores y de connotaciones negativos.
De modo que con un escrache le sacamos los colores a la gente, los colores de la vergüenza y de los abusos, ponemos en evidencia a aquellos que creemos que, de manera más directa, operan en acciones que comportan consecuencias negativas para otras, sobre todo para las más necesitadas. Con el escrache acotamos el territorio, ponemos cara, edad y arrugas, nombre y cargo, dirección y horarios a personas concretas.
Cualquiera podría pensar que es peligroso este ejercicio. Y tal vez tenga razón. A mí también me da un poco de miedo y me causa reparos. Y no es por la acción en sí sino por si esa costumbre se generaliza y se convierte en un estrechamiento de la privacidad de los individuos, o peor aún, en una forma visual de apartar a quien pueda molestar por cualquier nimia razón.
Pero es que, como siempre, tomamos el rábano por las hojas. Y se nos rompe, porque no siempre la tierra está tupida como ahora. Porque nos escandalizamos con las fotografías de primer plano pero nos pasan a diario álbumes de fotos en gris que no señalamos de ninguna manera aunque nos perjudiquen en todo.
No conozco ni una llamada a la violencia de los que en estos momentos practican los escraches y sí les oigo repetir cuáles son sus fines, siempre sociales, en favor de los más desfavorecidos y a la luz del día, sin ocultaciones ni triquiñuelas de ningún tipo. Así que los puristas de turno que se aten un poco los machos y que no se pongan tan estupendos.
Sí conozco, en cambio, las sibilinas llamadas a mi puerta de todo el sistema social y económico, que me incita sin parar, con un ruido insoportable y con una insistencia y sofisticación apabullantes a dejarme llevar por las corrientes que provocan situaciones de fango, de mierda y de injusticias. Vivo en un mundo de publicidad que obliga a vivir en el sueño del futuro desde el engaño del presente; vivo en un mundo en el que la economía se mueve en el mundo del misterio y de la especulación más escandalosa e injusta, pues provoca paro y desigualdades por todas las esquinas; vivo en un mundo en el que la voluntad de unos pocos dicta la acción de todos los demás, y no son precisamente los elegidos por la ciudadanía sino los dueños de las estructuras financieras; vivo en un mundo en el que la realidad ya no es visible sino que se expresa en las compraventas de elementos inexistentes y falsos; vivo en un mundo en el que casi lo único importante es la cuenta de resultados; vivo en un mundo en el que al ser humano se le ha convertido en un animalillo sujeto al trabajo y a la adquisición compulsiva de productos absolutamente innecesarios para una vida saludable; vivo en un mundo en el que los elementos básicos de una sociedad de bienestar son controlados por las potentes multinacionales del sector (farmacéuticas, multinacionales diversas, patronales privadas de enseñanza…); vivo en un mundo en el que la industria armamentística provoca guerras según sus estructuras comerciales; vivo en un mundo en el que los elementos irracionales (religiosos) quieren imponerse sobre los racionales comunes a todos; vivo en un mundo en el que todo incita al instinto y casi nada a la reflexión… Y vivo en un mundo en el que los que lo vivimos hacemos poco por cuestionarlo y por intentar cambiarlo.
A todos estos a mí me gustaría hacerles un escrache. Tal vez es lo que estoy intentando esbozar en estas simples líneas. Claro que es un poco más difícil señalar cuáles son sus domicilios particulares pues se esconden en las cuentas bancarias y en el reparto de dividendos; y, desgraciadamente, muchas veces se esconden en la esclavitud agradecida que supone no solo su aceptación sino incluso el aplauso para ellos desde esa esclavitud del consumidor.
Menos mal que hay -o debería haber- otros señalamientos, otros escraches, positivos, los de tanta gente buena que vive y sobrevive también en este mundo, desde las buenas acciones y desde su ejemplo de vida. Sin ellos el camino se haría intransitable.
2 comentarios:
Buenas noches, profesor Turrión:
De acuerdo con todo lo que expresa.
Saludos.
Vivimos en el mismo mundo y desgraciadamente poco hacemos por cambiarlo.
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