Al grito repetido de “aborto
es sagrado”, tres componentes del grupo feminista FEMEN se han manifestado
desde las tribunas del Congreso, con sus pechos al descubierto, en defensa de
una ley libre del aborto.
La que han montado las
susodichas. Habrá que parafrasear aquello de que tiran más dos tetas que dos
carretas. Porque tirar aquí era la cara de extrañeza del presidente de la
cámara mirando sin parpadear a aquellas jóvenes en lo alto del hemiciclo. Tirar
aquí era observar la forma de retirarlas del lugar por parte de los ujieres.
Tirar era la atención general de todos los diputados como quien ve visiones, de
distinto tono según cada cual. Y hasta tirar era la manera de dejarse oír en
medio del silencio: como para recomendar la misma actitud a muchas diputadas (o
diputados en su caso) para dejarse oír y entender en medio del alboroto general
de cada sesión, que más parece una tertulia que una defensa de ideas.
La verdad es que todo el mundo
sabe cuál era la intención de estas tres chicas, y sabe todo hijo de vecino que
no tienen muchas maneras de dejarse oír en esta sociedad pacata y de costumbres
más bien controladas. Pero enseguida se ha aprovechado para echar los pies por
alto y sacarlos directamente del tiesto desde casi todos los sectores de la
sociedad que dominan los medios de comunicación.
Es verdad que el contraste
llama la atención. Es cierto que el lugar no parece el más indicado ni se
ajusta a las formas exhibidas. Es correcto que todo esto se puede discutir
serenamente, pero sin los aspavientos que la sociedad biempensante del poder de
los medios ha regalado por todas partes.
Existen mil aspectos más
interesantes que este, sin duda; mil maneras de escandalizar mucho más, aunque
sea con el BOE en la mano; mil vericuetos por los que sembrar la indignación,
por más que se haga con chaqué y corbata.
A mí me ha interesado un
aspecto del asunto que no veo muy comentado y que se esconde en el grito de las
manifestantes: “Aborto es sagrado”. Dejaré de lado la ausencia del artículo “el”
delante del sustantivo, algo que habría obligado a otra entonación y que, además,
puede estar justificado por el hecho de que dos de las tres jóvenes no tenían
como lengua propia el español. La atención se fija en el adjetivo “sagrado”.
Inmediatamente algunos de los portavoces de sectores más conservadores han
puesto el grito en el cielo. Sí, literalmente en el cielo, pues han sentido que
les hurtaban el valor de la palabra “sagrado”, valor que monopolizan y que solo
lo conciben en el ámbito de lo sagrado, de su ámbito sagrado, de su religión. Aplicar
la cualidad de sagrado en un contexto en el que se cuestiona, para ellos, la
vida, es algo que no pueden superar. Sobre todo si entienden que la vida la da
y la quita Dios, su Dios, el único ser del que se puede predicar con exactitud
eso de la sacralidad. No llegan a entender que ningún otro elemento pueda
sostener la cualidad de sagrado. La historia les favorece pues siempre lo han
usado como propiedad privada, sin nadie que pudiera poner pegas a su monopolio.
Otra vez se vuelve a mostrar cómo
la lengua no es más -ni menos- que el reflejo de la sociedad, de sus valores,
de sus grupos de poder y de sus costumbres. Lo sagrado solo se puede predicar
de Dios, Dios no hay más que uno, y a ti te encontré en la calle.
Arrancar estas raíces tan profundas
no es tarea sencilla ni de un día, y mucho menos si las condiciones se vuelven
cada poco tiempo más favorables a los que se creen propietarios absolutos de
las palabras. Y con las palabras, de los hechos y de las verdades.
El asunto del aborto es límite
y levanta discusiones encendidas. Por eso mismo hay que tratarlo serenamente y
desde la razón. En cualquier caso, sin apropiarse nunca de los conceptos de una
manera absoluta. Precisamente porque el aborto es sagrado, o sea, asunto de
mucha importancia.
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