Ayer, día 10 de octubre de
2013, el congreso español aprobó la última -por ahora- dey educativa de este
país. Lo hizo con los votos de la mayoría absoluta que en la cámara posee el
PP, o sea, la derecha más derecha de España. Todos los demás grupos
parlamentarios, salvo un par de excepciones muy minoritarias, prometieron
conjuntamente la derogación en cuanto la situación parlamentaria lo permitiera.
La cascada de comentarios no
se ha hecho esperar en todos los medios, pero esa cascada no dura más que lo
que dura una tormenta de verano. En ese contexto, lo que se lee y se oye no es
más que un índice de proclamas generalistas que exagera, por conveniencias o
por exigencias de espacio y tiempo, las visiones hasta convertirlas en escorzos
y en caricaturas. El gran público asiste al pase de resúmenes (casi siempre
producidos por periodistas que parecen saber de todo y son escaparates de
nada), se los cree, los incorpora y a tirar millas por ahí como si fueran
sabios en la materia y pudieran impartir doctrina por doquier.
Me apena que un asunto tan
importante y tan complicado se resuelva en cuatro palabras gruesas y en tres
descalificaciones absolutas. Por todos los lados.
Lo primero que habría que
reconocer es la complejidad del asunto. Tal vez de ello se derivaría la
necesidad de contar con todos los interesados -es toda la tribu la interesada y
la implicada en la educación- y el reconocimiento de que lo que se hace se hace
sin la certeza absoluta.
No entiendo tampoco que se
tilde de ideológica una ley, también esta, y se haga como un reproche y como si
eso fuera algo negativo. Estoy dispuesto a dejarme convencer de lo contrario.
Sigo pensando mientras tanto que toda ley tiene que obedecer a una ideología,
que tiene que ser la concreción de una ideología. ¿Qué son, si no, los
partidos? ¿Acaso son un grupo de amiguetes en busca del poder porque sí y para
repartírselo? Volveré a repetir que entiendo perfectamente que toda ley sea
ideológica, por supuesto. Lo que defiendo también es que no estoy de acuerdo
con la ideología de este partido, que es la que sustenta esta ley. Por tanto,
cuando combato una ley, lo hago porque entiendo que hay otras ideas distintas
que sustentarían otras leyes diferentes.
Entiendo también la dificultad
para ponerse de acuerdo en algo tan importante como es una ley de educación. Lo
entiendo porque una ley de este tipo vertebra la forma de ser de la ciudadanía,
y su escala de valores, y sus prioridades, y sus esfuerzos, y sus relaciones
sociales, y su manera de entender la vida en definitiva. ¿Cómo va a ser fácil
ponerse de acuerdo si las visiones y los intereses son tan diferentes?
Esas diferencias radicales se
producen en principios y mucho menos en desarrollo legislativo. Estoy seguro de
que buena parte de ese desarrollo lo pueden mantener casi todos los partidos.
¿Qué es, por tanto, lo que
realmente levanta ampollas y separa unas concepciones de otras, sobre todo en
los dos grandes partidos, o mejor, entre la llamada izquierda y la llamada
derecha? No creo que sean demasiados principios, pero son fundamentales. No soy
portavoz de nadie, pero me atrevo a señalar algunos:
a) La
izquierda entiende la educación como un instrumento de integración de todos los
ciudadanos, también de los menos dotados. La derecha la entiende como un
elemento de clasificación y de separación entre los más capacitados (vaya usted
a saber cómo se ha conseguido esa capacitación) y los menos preparados.
b) La
izquierda defiende que la sociedad tiene la obligación de dar a todos sus
miembros toda la capacitación posible. La derecha declara que cada uno debe
buscarse por su cuenta su capacitación y su colocación en el mercado; por eso
entiende que la educación es sobre todo de contenidos científicos y hasta una
edad determinada.
c) El
concepto de educación es más querido por la izquierda frente al de enseñanza
por entender que es más amplio y convoca una realidad mucho más rica y social. La
derecha defiende algo así como esto: “Usted enseñe a mi hijo los contenido, que
después ya le enseñaré yo a ser buena persona”; es, pues, un concepto mucho más
restrictivo de la educación, aunque luego se pasan el día diciendo que hay
falta de valores en la sociedad. La izquierda educa para algo y el valor de los
contenidos no se agota en sí mismo sino que se pone al servicio del desarrollo
vital y de la comunidad. La derecha, aunque no lo reconozca, también enseña
para algo, para el individuo en particular, para que venza en el mundo y se
coloque en un buen puesto social.
d) La
izquierda defiende una educación laica y racional. La derecha subvenciona una
educación en la que la religión, la suya, posee un peso importante. Esto, como
tantas otras cosas, va impregnando a la sociedad con un poso determinado en los
valores y en las costumbres. Esta es su verdadera importancia, no un credo más o menos, También en los centros de poder. Por eso es tan
importante el asunto de la religión dentro o fuera de las aulas.
Estas y
algunas otras cosas como estas deberían ser las que se cocieran en una ley de
educación. Lo demás son puras minucias y muchas veces miopías espaciales y
regionales, cuando no personales. Los principios son menos negociables; el detalle
y el desglose ya es otro cantar con melodía más sencilla, si no priman los
intereses egoístas y personales.
Y. como
siempre he dicho, con LOMCE y sin LOMCE, con LOGSE o sin LOGSE, nunca he
entendido por qué todos los agentes que participan en la educación no se pueden
dejar la piel en el intento, en favor de una ciudadanía mejor preparada, más
solidaria y más crítica consigo misma y con todo lo que la rodea.
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