viernes, 11 de octubre de 2013

LA LOMCE Y EL NÚMERO ONCE


Ayer, día 10 de octubre de 2013, el congreso español aprobó la última -por ahora- dey educativa de este país. Lo hizo con los votos de la mayoría absoluta que en la cámara posee el PP, o sea, la derecha más derecha de España. Todos los demás grupos parlamentarios, salvo un par de excepciones muy minoritarias, prometieron conjuntamente la derogación en cuanto la situación parlamentaria lo permitiera.
La cascada de comentarios no se ha hecho esperar en todos los medios, pero esa cascada no dura más que lo que dura una tormenta de verano. En ese contexto, lo que se lee y se oye no es más que un índice de proclamas generalistas que exagera, por conveniencias o por exigencias de espacio y tiempo, las visiones hasta convertirlas en escorzos y en caricaturas. El gran público asiste al pase de resúmenes (casi siempre producidos por periodistas que parecen saber de todo y son escaparates de nada), se los cree, los incorpora y a tirar millas por ahí como si fueran sabios en la materia y pudieran impartir doctrina por doquier.
Me apena que un asunto tan importante y tan complicado se resuelva en cuatro palabras gruesas y en tres descalificaciones absolutas. Por todos los lados.
Lo primero que habría que reconocer es la complejidad del asunto. Tal vez de ello se derivaría la necesidad de contar con todos los interesados -es toda la tribu la interesada y la implicada en la educación- y el reconocimiento de que lo que se hace se hace sin la certeza absoluta.
No entiendo tampoco que se tilde de ideológica una ley, también esta, y se haga como un reproche y como si eso fuera algo negativo. Estoy dispuesto a dejarme convencer de lo contrario. Sigo pensando mientras tanto que toda ley tiene que obedecer a una ideología, que tiene que ser la concreción de una ideología. ¿Qué son, si no, los partidos? ¿Acaso son un grupo de amiguetes en busca del poder porque sí y para repartírselo? Volveré a repetir que entiendo perfectamente que toda ley sea ideológica, por supuesto. Lo que defiendo también es que no estoy de acuerdo con la ideología de este partido, que es la que sustenta esta ley. Por tanto, cuando combato una ley, lo hago porque entiendo que hay otras ideas distintas que sustentarían otras leyes diferentes.
Entiendo también la dificultad para ponerse de acuerdo en algo tan importante como es una ley de educación. Lo entiendo porque una ley de este tipo vertebra la forma de ser de la ciudadanía, y su escala de valores, y sus prioridades, y sus esfuerzos, y sus relaciones sociales, y su manera de entender la vida en definitiva. ¿Cómo va a ser fácil ponerse de acuerdo si las visiones y los intereses son tan diferentes?
Esas diferencias radicales se producen en principios y mucho menos en desarrollo legislativo. Estoy seguro de que buena parte de ese desarrollo lo pueden mantener casi todos los partidos.
¿Qué es, por tanto, lo que realmente levanta ampollas y separa unas concepciones de otras, sobre todo en los dos grandes partidos, o mejor, entre la llamada izquierda y la llamada derecha? No creo que sean demasiados principios, pero son fundamentales. No soy portavoz de nadie, pero me atrevo a señalar algunos:
a)      La izquierda entiende la educación como un instrumento de integración de todos los ciudadanos, también de los menos dotados. La derecha la entiende como un elemento de clasificación y de separación entre los más capacitados (vaya usted a saber cómo se ha conseguido esa capacitación) y los menos preparados.
b)      La izquierda defiende que la sociedad tiene la obligación de dar a todos sus miembros toda la capacitación posible. La derecha declara que cada uno debe buscarse por su cuenta su capacitación y su colocación en el mercado; por eso entiende que la educación es sobre todo de contenidos científicos y hasta una edad determinada.
c)       El concepto de educación es más querido por la izquierda frente al de enseñanza por entender que es más amplio y convoca una realidad mucho más rica y social. La derecha defiende algo así como esto: “Usted enseñe a mi hijo los contenido, que después ya le enseñaré yo a ser buena persona”; es, pues, un concepto mucho más restrictivo de la educación, aunque luego se pasan el día diciendo que hay falta de valores en la sociedad. La izquierda educa para algo y el valor de los contenidos no se agota en sí mismo sino que se pone al servicio del desarrollo vital y de la comunidad. La derecha, aunque no lo reconozca, también enseña para algo, para el individuo en particular, para que venza en el mundo y se coloque en un buen puesto social.
d)      La izquierda defiende una educación laica y racional. La derecha subvenciona una educación en la que la religión, la suya, posee un peso importante. Esto, como tantas otras cosas, va impregnando a la sociedad con un poso determinado en los valores y en las costumbres. Esta es su verdadera importancia, no un credo más o menos, También en los centros de poder. Por eso es tan importante el asunto de la religión dentro o fuera de las aulas.
Estas y algunas otras cosas como estas deberían ser las que se cocieran en una ley de educación. Lo demás son puras minucias y muchas veces miopías espaciales y regionales, cuando no personales. Los principios son menos negociables; el detalle y el desglose ya es otro cantar con melodía más sencilla, si no priman los intereses egoístas y personales.

Y. como siempre he dicho, con LOMCE y sin LOMCE, con LOGSE o sin LOGSE, nunca he entendido por qué todos los agentes que participan en la educación no se pueden dejar la piel en el intento, en favor de una ciudadanía mejor preparada, más solidaria y más crítica consigo misma y con todo lo que la rodea.

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