Desde hace
bastantes meses se han unido a la pequeña pandilla de andarines del sábado
algunos amigos que parece que se sienten cada vez mejor en esa práctica de
andar, respirar, admirar la naturaleza, charlar de todo un poco y de algunos
asuntos un mucho, comer y beber lo que el cuerpo pide y volver satisfechos y
con las ganas puestas para la próxima ocasión. Yo estoy encantado de que esto
sea así, por mil razones y por mil y un motivos.
Uno de
ellos, de carácter abierto y dicharachero, que responde al nombre del padre
putativo de Jesús el Nazareno y da buenos frutos (adivina adivinanza), se suelta de vez en cuando con la coletilla de
que es de derechas. Lo hace sobre todo cuando además subraya que alguna otra
persona lo es más que él. Yo entonces me descuelgo rematando que no es fácil
encontrar a alguien más de derechas que él mismo. Nos echamos unas risas y
seguimos ruta como si tal cosa.
La anécdota
-real- me sirve para cuestionarme de nuevo qué es eso de ser de derechas y ser
de izquierdas. Constato tres realidades en torno de este asunto: a) Mucha
gente, casi toda de derechas, afirma en público que no existen diferencias
entre una tendencia y otra y que ese nominalismo es arcaico y está fuera de
lugar. Observo, repito, que casi todo el mundo que tal cosa afirma es de
prácticas e ideas de derechas. b) A la gente de izquierdas le cuesta mucho
menos declararse perteneciente a tal denominación de izquierdas. c) Yo mismo me
pregunto con frecuencia en qué lugar me sitúo (la respuesta viene siendo
siempre la misma), y, sobre todo, por qué me lo pregunto con esa reiteración.
De las dos
primeras observaciones puedo extraer consecuencias que me dicen que la gente de
izquierda se halla más suelta o segura en sus convicciones; al menos públicamente.
Por algo será. De la tercera extraigo la advertencia de que tal vez no tenga
demasiado clara la diferencia entre una cosa y la otra. O tal vez que quiero
seguir asegurándome un poco más.
Porque yo
también me declaro de izquierdas públicamente. A veces lo hago incluso con
exageraciones. Por ejemplo ante este amigo, a quien afirmo que, para que no
haya dudas, yo me declaro no de izquierdas sino rojo, matacuras. Por supuesto
que él -y cualquiera- debe entender que no deseo ningún mal, y mucho menos la
muerte, para nadie, tampoco para los curas, entre los que tengo amigos, incluso
en el ejercicio del obispado. Si me expreso así es por el contexto de confianza
y para que nadie se llame a engaño acerca de mi pensamiento.
Pero una
cosa es declararse y otra serlo en la práctica. Porque lo que a estas alturas
realmente me interesa más no es el entramado de las ideas y mi interpretación
de la situación en la que se halla el mundo sino la manera en la que yo
personalmente podría contribuir a su mejora.
Y es este
el asunto que me tiene más intranquilo y el que me hace preguntarme si, en la
práctica, soy realmente de izquierdas. Lo quiero ser, pero ¿lo soy? Y me queda
como una mala conciencia de no hacer todo lo que realmente tendría que hacer en
la consecución de eso que es un deseo.
Porque
repaso y pienso que alguna cosilla hago, pero son pocas seguramente y acaso me
falta implicación en el día a día. ¿Cuáles son las causas que lo explican? La
reflexión abarca niveles personales, familiares, de comunidad, de edad, de
trabajo, de aceptación, de posibilidades, de adecuación de esfuerzos con posibles
resultados, de mil cosas más.
Siento
demasiado pudor como para quedarme aquí al desnudo desmenuzando ni siquiera uno
solo de esos y de otros niveles. Pero los considero y los siento. Y repito que
noto como un resquemor y como una conciencia un poco insatisfecha por todo lo
que pudo ser y no es y por todo lo que es pero puede ser algo mejor.
Entre este
decir de ser de izquierdas y esta falta de seguridad de serlo de verdad se me
va el tiempo. Supongo que un poco como a todos. En mi caso por identificar de
algún modo la izquierda con una concepción del mundo más justa y solidaria. Espero
que en el caso de los de derechas sea por la misma razón. Ojalá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario