“…Para Adam Smith el mundo
económico era una comunidad natural creada por la división del trabajo. Esta
división del trabajo no era un fenómeno consciente, querido por aquellos que se
habían repartido la tarea; era un fenómeno inconsciente, un fenómeno espontáneo.
Los hombres se habían ido repartiendo el trabajo sin ponerse de acuerdo; a
ninguno al proceder a esa división había guiado el interés de los demás, sino
la utilidad propia; lo que es que cada uno, al buscar esa utilidad propia, había
venido a armonizar con la utilidad de los demás, y así, en esta sociedad espontánea,
libre, se presentan; primero, el trabajo, que es la única fuente de toda
riqueza; después, la permuta, es decir, el cambio de las cosas que nosotros
producimos por las cosas que producen los otros; luego, la moneda, que es una
mercancía que todos estaban seguros habían de aceptar los demás; por último, el
capital, que es el ahorro de lo que no hemos tenido que gastar, el ahorro de productos
para poder con él dar vitalidad a empresas nuevas. Adam Smith cree que el
capital es la condición indispensable para la industria; el capital condiciona
la industria. Pero todo esto pasa espontáneamente, como os digo; nadie se ha
puesto de acuerdo para que esto ande así, y, sin embargo, anda así; además,
Adam Smith considera que debe andar así, y está tan seguro, tan contento de
esta demostración que va enhebrando, que, encarándose con el Estado, con el
soberano, le dice: “Lo mejor que puedes hacer es no meterte en nada, dejar las
cosas como están. Estas cosas de la economía son delicadísimas; no las toques,
que no tocándolas se harán solas ellas e irán bien. (…)
Y vienen todos los resultados
que hemos conocido: la crisis, la paralización, el cierre de las fábricas, el
desfile inmenso de proletarios sin tarea, la guerra europea, los días de la
trasguerra… Y el hombre que aspiró a vivir dentro de una economía y una política
liberales, dentro de un principio liberal que llenaba de sustancia y de
optimismo a una política y a una economía, vino a encontrarse reducido a esta
cualidad terrible: antes era artesano, pequeño productor de una corporación
acaso dotada de privilegios, vecino de un Municipio fuerte; ya no es nada de
eso. Al hombre se le ha ido librando de todos sus atributos, se le ha ido
dejando químicamente puro en su condición de individuo; ya no tiene nada; tiene
el día y la noche; no tiene ni un pedazo de tierra donde poner los pies, ni una
casa donde cobijarse; la antigua ciudadanía completa, humana, íntegra, llena,
se ha quedado reducida a estas dos cosas desoladoras: un número en las listas
electorales y un número en las colas a las puertas de las fábrica.”
Estos dos párrafos que aquí
copio supuran ya realidades y referencias del pasado. De hecho, están escritos
en el año 1935. Pero no sé si necesitaríamos cambiar mucho para adaptarlos al
presente; más bien creo que no.
Resultaría curioso poder jugar
con ellos al acertijo de saber quién los escribió. Supongo que nos llevaríamos
muchas sorpresas. Desvelaré el misterio: son textos de José Antonio Primo de Rivera.
Del mismo que viste y calza. ¿A que parecería que son más bien propios de
cualquier pensador progresista?
Leo estos días una antología
de textos de este autor. Qué interesante resulta leer con el poso del tiempo y
con la ausencia de demasiados prejuicios. Por ejemplo para descubrir que los
primitivos impulsos del falangismo albergaban un rechazo del capitalismo mucho
mayor que del socialismo. Ni comparación posible en el análisis que de las dos
tendencias hace el fundador de la falange. Ya se sabe que aspiraban a la
superación de las dos teorías mayoritarias de capitalismo y socialismo. ¿De qué
manera y con qué proposiciones? Esto ya es otro cantar. Yo no me veo en los
destinos eternos, ni en las unidades a toda costa, ni en los órdenes, jerarquías
y autoridades. Ni mucho menos en esos valores tradicionales que se hunden en la
religión por encima de todo. Cuando se repasa la práctica en los años treinta y
en todos los decenios de la dictadura, de la que fueron sustento, entonces la
inquietud sencillamente se vuelve repulsa absoluta.
Pero hay que leer con fervor y
comparar, pensar y decidir, cargarse de razones y de dudas, tener base racional
para decidir en cada momento. Y no dejarse llevar por la inercia y lo
mostrenco, por lo que vomita la caja tonta en sus similares versiones
cotidianas.
1 comentario:
Muy buena reflexión Antonio.
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