De nuevo vuelvo a hacer acopio de
palabras escritas por Antonio Muñoz Molina. Son palabras que me reconfortan en
esta tarde luminosa de domingo y que me cambian la imagen de felicidad que durante todo el fin de
semana me ha regalado mi nieta Sara. Hacen referencia a ese sentimiento tan
extendido en nuestros días y que tan de cabeza nos trae, y, por desgracia, nos
traerá en los próximos meses. Entre mirarnos el ombligo y quejarnos de todos
los demás anda el juego. Pienso, de nuevo, en la importancia para la comunidad
de mirar serenamente hacia el futuro, de no sentirse ni más ni menos, sino todo
lo contrario, de no perderse en el pasado pero no olvidarse de él, y de
considerar que somos lo que somos lo mismo que podíamos ser sencillamente algo
distinto.
“El coraje patriótico llevado
hasta el sacrificio personal convierte místicamente la derrota en redención (…)
Victimismo y narcisismo son los
dos rasgos del nosotros intacto que las clases políticas y sus aduladores y
sirvientes intelectuales han levantado en cada comunidad, prescribiendo o
dejando al margen no solo cualquier referencia favorable al marco político
común sino casi cualquier noción adulta de ciudadanía. El lugar de nacimiento
no es un hecho accidental, sino una marca del destino y un motivo de orgullo.
Sin hacer más esfuerzo que el de ser de donde eres ya posees el privilegio de
un origen único, que por un lado te ofrece la confortable posibilidad de
contarte entre los perseguidos, las víctimas y los héroes, sin necesidad de padecer personalmente ningún
sufrimiento.
Lo que te falta es porque te lo
han quitado ellos, los opresores extranjeros; de lo que va mal son ellos los
que tienen la culpa. Ellos quemaban herejes, invadían América, exterminaban
indios, expoliaban aquellas tierras igual que han expoliado la tuya, eran xenófobos,
eran sexistas, practicaban el tráfico de esclavos, carecían de conciencia
ecológica, no se cambiaban de ropa interior. Mientras tanto, tu pueblo, que ha
amado siempre la paz pero que no ha dudado en levantarse en armas cuando se lo
agredía, que ha recibido siempre cordialmente al forastero pero nunca ha
perdido ni dejado que se diluyera su idiosincrasia, ha hablado la lengua más
antigua del mundo, ha creado las rutas comerciales más civilizadas y prósperas
por todo el Mediterráneo, ha pintado las cuevas de Altamira, ha inventado esa
maravilla de comunicación que es el silbo canario, ha forjado las primeras
muestras escritas de la lengua castellana, ha cultivado con el mismo éxito las
artes, las ciencias, el regadío, los deportes, ha vivido en armonía con la
naturaleza, ha levantado la mezquita d Córdoba, la Alhambra , la Sagrada
Familia, la catedral de Santiago de Compostela, los monumentos megalíticos de
Mallorca, ha sido considerado el más hospitalario de la Tierra, ha mantenido
caminos de peregrinación que ya existían antes del Imperio romano, ha
manifestado siempre un respeto especial por la igualdad de la mujer y quizás
hasta por los derechos de las minorías étnicas y sexuales, ha practicado desde
muy antiguo formas de vida comunitaria y democrática, ha criado razas de
gallinas o de burros o de abejas tan singulares que no existen en ninguna otra
parte, y que desde luego no tienen nada que ver con las mediocres razas de
gallinas y burros y abejas españolas, ha preservado esas tradiciones que por
fortuna siguen vivas todavía, o puede que hayan tenido que ser recuperadas del
abandono en que cayeron por culpa de la malevolencia de los ocupantes, danzas,
cantos, costumbres, indumentarias, recetas de cocina, carreras de toros, cultos
marianos, deportes autóctonos, que por su belleza y su autenticidad no tienen
comparación en el mundo.
Que la mayor parte de todas esas
tradiciones ancestrales fueran inventadas, como en el resto de Europa, hacia la
segunda mitad del siglo XIX, cuando no ya bien entrado el XX, no tiene ninguna
importancia. Lo que algún historiador llama “el envejecimiento del presente”
responde a una idea halagadora del tiempo que permite sufrir siempre como
recién recibidos agravios que, si fueron ciertos, los padecieron otros hace
siglos: pero también celebrar como propios, y envanecerse de ellos, logros o
aciertos de desconocidos que llevan
muertos miles de años, y que sin embargo forman parte de ese nosotros
entre publicitario y místico del narcisismo colectivo.”
Vaya guasa la del amigo y qué
crítica tan certera para las Españas tanto de la charanga y la pandereta, como
para aquella más provinciana y separadora. Otra foto de España en blanco y
negro.
Menos mal que Sara lucía hoy,
como siempre, unos colores que llenaban todo el arco iris. Me gustaría que,
cuando llegue su momento de conciencia colectiva, se encuentre un panorama más
sosegado y amplio, menos crispado y más ilusionante, más racional y menos instintivo, más colectivo y menos
egoísta, menos tribal y más sin fronteras. Ojalá.
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