martes, 22 de octubre de 2013

LA ENVIDIA "SANA"


Acudí ayer al centro en el que he desarrollado casi toda mi vida la hermosísima profesión de la educación. Lo hice con un amigo. Después de realizar alguna gestión y a la hora de despedirnos, una colega nos espetó: “Qué envidia me dais”. Enseguida le recordé aquello de que envidiar es considerado algo negativo y que no era bueno, según esa concepción, que nos tuviera envidia. Ella se acogió, también enseguida, al consabido genérico de “es envidia de la sana”. Nos despedimos con unas risas y en espera de vernos dentro de pocos días en fecha festiva y conmemorativa del centro.
Me sirve la anécdota como pretexto para aquello de la envidia, ese concepto que el DRAE define como “Tristeza o pesar del bien ajeno”, pero al que le añade esta segunda acepción: “Emulación, deseo de algo que no se posee”.
Como ya voy mayor, seguro que me habré pronunciado alguna vez acerca de lo que considero que encierra el concepto. Me importa un rábano. Una vez más. Si aparece el original, revisaré si se ha producido cambio de opinión o se conserva la misma en mi mente.
Ya se ve que las dos acepciones apuntan en sentido bien diferente, la primera en sentido negativo y la segunda en dirección positiva. O sea, que habrá que reconocer, también públicamente, que alguna forma de envidia es, o puede ser, buena.
Yo quisiera mostrarme como defensor del envidioso, aun a pesar de ser tildado de negativo y hasta de destructivo. Incluso reconozco un tanto así de provocación en mis palabras. Veamos.
Sentir tristeza o pesar por el bien ajeno parece solo propio de débiles mentales y de enfermos. No merece demasiadas consideraciones y el rechazo es inmediato. Lo que hay que hacer en esos casos es curar al enfermo y a otra cosa. Porque enfermo es el que en tal situación se encuentra.
Pero es que el uso de la segunda acepción creo que se esconde y se utiliza con remilgos, como si estuviera contaminada por la primera. Sobre todo si le sumamos de manera invisible los tintes religiosos correspondientes y aceptamos, por tradición o por imposición, que el envidioso entra enseguida en situación de culpa y de pecado.
El ser humano es una suma de afectaciones, se sensaciones, de relación de esas sensaciones y de la actividad mental que con ellas producimos. El resultado son los pensamientos, las acciones concretas y los comportamientos.
Y no parece demasiado raro que cualquier mortal vea lo que sucede a su alrededor, analice, compare, relacione, estudie, decida y actúe. Y lo que ve a su alrededor es la situación de sus congéneres, y las desigualdades evidentes, y la falta de equidad, y las injusticias. Y estas desigualdades están concretadas en las personas, en sus bienes materiales e intelectuales, en sus ritmos de vida y en sus influencias. Y acaso a esa persona que ve y percibe le dé por analizar y por comparar. Y tal vez en esa comparación el observado no salga demasiado bien parado. Y vete a saber si no le produce algún sarpullido moral y hasta físico ese razonamiento al que está analizando la situación. Y, acaso entonces, le dé hasta por envidiar.
No llego a observar la maldad de esa envidia, dando por sentado que de ella no se deriva el deseo de ningún mal para el envidiado, sino solo el convencimiento moral y ético de que la situación no es la más equitativa y que algo hay que hacer para cambiarla. Tal vez en la nueva distribución el “envidiado” pierda algún peldaño en el reparto y en la situación, pero será por mejorar el sistema, no por deseo del mal individual.
Como será fácil de entender, si a eso que llamamos envidia mala le quitamos la conjunción de intereses entre la concepción religiosa (con sus vestigios de culpa y de pecado) y el egoísmo de quien se halla instalado en posición privilegiada, que puede ver perjudicada su situación, puede convertirse en un estímulo moral y racional para intentar modificar cualquier situación en busca del beneficio de la comunidad.

Si a esta fruta le quitamos la piel con sentido, se nos convierte tal vez en un manjar exquisito. Es cuestión de saberla pelar y de eliminar de ella los aromas rancios y egoístas que tanto nos han atontado y durante tanto tiempo.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Pues sí, que tiene usted razón.