Acudí ayer al centro en el que he
desarrollado casi toda mi vida la hermosísima profesión de la educación. Lo
hice con un amigo. Después de realizar alguna gestión y a la hora de
despedirnos, una colega nos espetó: “Qué envidia me dais”. Enseguida le recordé
aquello de que envidiar es considerado algo negativo y que no era bueno, según
esa concepción, que nos tuviera envidia. Ella se acogió, también enseguida, al
consabido genérico de “es envidia de la sana”. Nos despedimos con unas risas y
en espera de vernos dentro de pocos días en fecha festiva y conmemorativa del
centro.
Me sirve la anécdota como
pretexto para aquello de la envidia, ese concepto que el DRAE define como
“Tristeza o pesar del bien ajeno”, pero al que le añade esta segunda acepción: “Emulación,
deseo de algo que no se posee”.
Como ya voy mayor, seguro que me
habré pronunciado alguna vez acerca de lo que considero que encierra el
concepto. Me importa un rábano. Una vez más. Si aparece el original, revisaré
si se ha producido cambio de opinión o se conserva la misma en mi mente.
Ya se ve que las dos acepciones
apuntan en sentido bien diferente, la primera en sentido negativo y la segunda
en dirección positiva. O sea, que habrá que reconocer, también públicamente,
que alguna forma de envidia es, o puede ser, buena.
Yo quisiera mostrarme como
defensor del envidioso, aun a pesar de ser tildado de negativo y hasta de
destructivo. Incluso reconozco un tanto así de provocación en mis palabras.
Veamos.
Sentir tristeza o pesar por el
bien ajeno parece solo propio de débiles mentales y de enfermos. No merece
demasiadas consideraciones y el rechazo es inmediato. Lo que hay que hacer en
esos casos es curar al enfermo y a otra cosa. Porque enfermo es el que en tal
situación se encuentra.
Pero es que el uso de la segunda acepción
creo que se esconde y se utiliza con remilgos, como si estuviera contaminada
por la primera. Sobre todo si le sumamos de manera invisible los tintes
religiosos correspondientes y aceptamos, por tradición o por imposición, que el
envidioso entra enseguida en situación de culpa y de pecado.
El ser humano es una suma de
afectaciones, se sensaciones, de relación de esas sensaciones y de la actividad
mental que con ellas producimos. El resultado son los pensamientos, las
acciones concretas y los comportamientos.
Y no parece demasiado raro que
cualquier mortal vea lo que sucede a su alrededor, analice, compare, relacione,
estudie, decida y actúe. Y lo que ve a su alrededor es la situación de sus
congéneres, y las desigualdades evidentes, y la falta de equidad, y las
injusticias. Y estas desigualdades están concretadas en las personas, en sus
bienes materiales e intelectuales, en sus ritmos de vida y en sus influencias.
Y acaso a esa persona que ve y percibe le dé por analizar y por comparar. Y tal
vez en esa comparación el observado no salga demasiado bien parado. Y vete a
saber si no le produce algún sarpullido moral y hasta físico ese razonamiento
al que está analizando la situación. Y, acaso entonces, le dé hasta por
envidiar.
No llego a observar la maldad de
esa envidia, dando por sentado que de ella no se deriva el deseo de ningún mal
para el envidiado, sino solo el convencimiento moral y ético de que la
situación no es la más equitativa y que algo hay que hacer para cambiarla. Tal
vez en la nueva distribución el “envidiado” pierda algún peldaño en el reparto
y en la situación, pero será por mejorar el sistema, no por deseo del mal
individual.
Como será fácil de entender, si a
eso que llamamos envidia mala le quitamos la conjunción de intereses entre la concepción
religiosa (con sus vestigios de culpa y de pecado) y el egoísmo de quien se
halla instalado en posición privilegiada, que puede ver perjudicada su
situación, puede convertirse en un estímulo moral y racional para intentar
modificar cualquier situación en busca del beneficio de la comunidad.
Si a esta fruta le quitamos la
piel con sentido, se nos convierte tal vez en un manjar exquisito. Es cuestión
de saberla pelar y de eliminar de ella los aromas rancios y egoístas que tanto
nos han atontado y durante tanto tiempo.
1 comentario:
Pues sí, que tiene usted razón.
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