Aunque
aparentemente esta ventana suma y sigue, es un corte en el camino, en un camino
que inicia ya la decimocuarta estación en este formato, pues cada una de ellas
empieza con el año y termina con él. Por eso es casi obligado parar, templar y
mandar. Como si de una plaza de toros se tratara. Quiero decir que la tradición
manda revisar la etapa anterior y organizar o atisbar al menos la que ahora
comienza.
No
tengo ninguna gana de hacer tal ejercicio, así que las primeras líneas son para
constatar que ese repaso queda ya en las 260 páginas que conforman los
ejercicios del último año y que el presente se presenta nuboso y sin entusiasmo
especial, pero que el tiempo cambiará y que el día a día será el que marque la
pauta. Mi día a día y el día a día de los demás. Porque sigo pensando que el
mundo es mi mundo, el que yo veo, toco y pienso, el que alcanzan mis sentidos y
mi pobre mente; pero sé que mi mundo me lo conforman los que me rodean física y
mentalmente, que, al menos, yo soy yo y mis circunstancias, si es que no soy
solo mis circunstancias.
En
esa ida y venida sin solución de continuidad se irán rellenando estas líneas y
se irá abriendo y cerrando esta ventana. Es una ventana que se abre primero
para mí, pero enseguida para cualquiera que quiera asomarse para ver qué hay
dentro. De modo que tiene dos partes en una misma solución. Por una parte la
posible exhibición del que la abre, y por otra el posible reflejo de quien le
echa un vistazo y tal vez, por analogía o vete a saber por qué, se sienta
concernido y tocado en alguna fibra. Yo, que considero el pudor como algo
constitutivo de mí mismo, no dejo de reconocer que me asomo tal vez demasiado y
que en tantas y tantas páginas termina por encontrarse casi todo de lo poco que
se puede saber de mí. Espero que el pudor sea también lo que anime al curioso,
aunque un pudor relativo y compartido. Solo así merecerá la pena, se aparecerá
algún día el sol y otros dejarán su poso de nublado y de lluvia entre todos.
Porque
las constantes vitales, a pesar de todos los pesares y de todas las
contradicciones, siguen siendo las mismas, hasta reducirse a una: solo quiero
querer y que me quieran. He dicho quiero, no en qué condiciones, porque eso ya
es harina de otro costal y de más difícil molienda. Vale.
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