Cuando se explica en clases cualquier
lengua, es frecuente que surja alguna pregunta similar a esta: “¿Para qué
estudiar una lengua si hay mucha gente que no para de hablar en cualquier sitio
y nunca ha estudiado el idioma que usa?”. Por supuesto que, en no pocas
ocasiones, es el profesor el que provoca tal cuestión. Si lo sabré yo… Lo suele
hacer para dar a entender que una cosa es el uso y otra bien distinta es la
descripción del sistema, y algo mucho más diferente aún la reflexión que sobre
ese sistema se realice. Son niveles tan diferentes, que solo de su entendimiento
se infiere la necesidad de acudir al segundo y al tercero de ellos.
En el tercero se descubre, por
ejemplo, por qué se han cifrado usos y frases hechas, modismos o clichés; y se
hace patente el hecho esencial de que una lengua no es más, pero tampoco menos, que la forma
de ver el mundo una comunidad. El vuelco y el cambio de la historia de esa
comunidad se vacía también en la lengua y en sus usos, hasta el punto de darnos
la imagen de la lengua como un organismo vivo cualquiera, que nace, crece, se reproduce,
y en un día como tantos desaparece o se diluye en otra lengua nueva. A pesar de
todos los nacionalismos habidos y por haber.
De esa especie de fotografía que son
los dichos, podemos extraer elementos sociales, costumbres, escalas de valores
y formas especiales de cada lengua y de cada comunidad que no son fácilmente
traducibles a otras comunidades ni a otras lenguas, a no ser que reproduzcan a
su vez iguales o similares costumbres o escalas. Después, con el tiempo, el uso
de esas frases hechas también van cambiando sus matices significativos y
olvidan el origen curioso o específico. Dicen que la distancia es el olvido y
acaso sea verdad…
Detenerse de vez en cuando en alguno
de ellos es no solo curiosidad lingüística o histórica, sino también
reconocimiento y certeza de que el tiempo pasa (que es lo que siempre pasa), de
que todos cambiamos y de que, a pesar de todo, hay elementos que se resisten y
que quedan clavados en la piedra y expuestos a la intemperie, pero rocosos y
fuertes.
Casi al azar tomo uno de ellos:
“Salga el sol por Antequera.” Creo que mantiene su vigencia con dignidad y su
uso es bastante frecuente. Lo utilizamos para expresar algo así como que “pase
lo que tenga que pasar.” Y lo utilizamos en situaciones en las que no tenemos
la solución muy segura y nos sometemos a inciertas posibilidades. A veces
muestra el empeño en algo, a pesar de que una solución lógica no es la que
nosotros desearíamos. Hasta ahí la descripción del significado. Ya se notará
que, lingüísticamente, no se entendería sin una proposición principal delante a
la que se subordina. Pero vengamos a lo que nos interesa ahora.
Tal vez lo que más curiosidad nos
suscita es el origen del dicho. ¿Por qué el sol y por qué Antequera? Qué salto
significativo desde un lugar tan concreto hasta el uso en cualquier situación,
que ya no recuerda a Antequera ni en sueños… Parece que el origen histórico y
geográfico apunta a las guerras de Granada, nada menos que allá por los finales
del s XV. Desconozco la situación exacta de los campamentos y de las tropas en
el momento de anotar la salida del sol por este lugar concreto, y tampoco sé si
esa salida era contra natura o desde lugar natural para los campamentos. Sí sé
que, alguna vez, cuando voy a Málaga a ver a mis amigos, o vuelvo de regreso,
la salida del sol me pilla casi de sorpresa por los altos de los montes de
Antequera. Cuando remonta los peñascos, ya tiene poder para inundar las
llanuras que se extienden infinitas hacia Sevilla o hacia Córdoba.
Hay una película moderna, que
merecería figurar en cualquier antología del cine mundial de todas las épocas,
llamada Amanece que no es poco, cuyo
director es el genial José Luis Cuerda. Su escena final recoge una salida del
sol a contracorriente y contra toda lógica: por ello se grita en ella que
aquello es “un sindiós” y se maldice “el misterio.”
Tal vez el asunto, en realidad, no
sea para tanto y el dicho de marras nos deje una realidad un poquito más
sencilla y elemental. Quiero decir que, como en tantas ocasiones, acaso no sea
más que una variante fónica de algo tan sencillo como “salga el sol por donde quiera.” Darle
lustre de ejércitos, de conquistas y de reyes no sé si no termia por dejarlo
con el trasero al aire. Por si acaso, ni Correas ni Covarrubias se ocupan del
dicho.
Pero así están las cosas y así las
usamos. Y así tejemos la historia. Y que el traje nos dure. Aunque mejor si no
aparentamos de pasarela sino de terno sencillo y aseado. Vale.
3 comentarios:
Pues salga el sol por Antequera...jeje.
Pues salga el sol por Antequera...jeje.
Pues salga el sol por Antequera...jeje.
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