Sigo sin poderle poner buena cara a
esas concesiones continuas que se hacen dicen que para favorecer la diplomacia
y las buenas relaciones entre países. Siempre, claro, entre algunos países y
siempre en relación de desigualdad entre el fuerte y el débil, entre el rico y
el pobre, entre el poderoso y el necesitado. Creo que con frecuencia intento
entenderlo, pero no lo consigo nunca; y me parece que empieza a ser ya un poco tarde para ello, sobre todo porque lo
que realmente consigo cuando lo razono es separarme cada vez más de las
prácticas que observo.
Resulta que el presidente del
Gobierno ha hecho un viaje a la capital del Imperio para rendir pleitesía ante
el mandamás de aquel lugar y para algo así como pedirle sus bendiciones para
poder seguir por el mismo camino si el amo lo aprueba. Con él se ha llevado a
un buen puñado de los que manejan los dineros y la economía de este país junto
con otro grupo de informadores, seleccionados a su antojo, para que canten sus
glorias y sus excelencias. El resto asiste absorto y abducido a lo que allí
haya podido pasar y como fiando todo el futuro a la condena o absolución de la
confesión ante el gran gurú. Como penitencia, tal vez el confesor le haya
puesto algún que otro recorte social, cualquier apretón económico añadido o el
abaratamiento de las condiciones para que, algún día, buena parte del país
pueda pasar en condiciones favorables a los emporios económicos dirigidos desde
el sancta sanctorum del mercado. Si así lo hacemos, tal vez podamos
incorporarnos a la cadena de productores y consumidores sin ser apaleados ni
escupidos. El avión de vuelta vendrá con turbulencias por no poder con el peso
de la vanagloria y del ego de los viajantes, los comunicadores elegidos se
pelearán por palmear con más fuerza para ser reconocidos como los campeones de
la adulación y los ciudadanos de a pie terminarán creyendo que pronto todo será
jauja y que ellos podrán tomar de nuevo algo de la tarta en forma de coche,
vacaciones e hipoteca de por vida. Entonces se habrá cerrado el círculo,
volveremos a las andadas y procuraremos que el ciclo se alargue un poco para no
vernos demasiado pronto en las mismas o, si esto sucede (que sucederá, como lo
demuestra la Historia), para que no nos toque a nosotros sino a los de nuestro
alrededor.
Tengo la sensación de que no hay en
mí una animadversión previa contra el imperio americano, pero puedo estar
equivocado. Lo único que puedo asegurar es que lo pienso y lo analizo con
cierta frecuencia, tal vez para no dejarme llevar por la pasión. Pero es que, a
mí al menos, me lo ponen muy difícil. Lo del viaje de Rajoy a EEUU es solo un
hecho, pero es como el resumen de lo que sucede cada día y en cada momento:
todo lo que pasa con el cine, con los telediarios destacando cualquier
imbecilidad y tontería que suceda del Río Grande para arriba, de los deportes,
de las imitaciones musicales, de todo tipo de exageraciones en todos los
campos… Me sonrojo y me pongo de muy mal humor cuando creo que se pierde hasta
la última gota de honor y de integridad. Entonces es cuando acaso el efecto en
mí sea el contrario del que se quiere producir con todo esto y necesite
recordar la frase que en la película “Amanece que no es poco” pronunciaba el
profesor que había vuelto de año sabático de Oklahoma; algo así como esto:
“Bueno, es que los americanos también tienen alguna cosa buena.”
Lo peor es que, según me parece, no
se consigue con este lametodo nada mejor que tratando las cosas de igual a
igual, de ser humano a ser humano y de comunidad a comunidad. El poderoso
siempre tenderá a despreciar al débil si este se desprecia a sí mismo, y lo
respetará en la medida en que este se respete también a sí mismo. Y, si así no
fuera (que lo es: véase lo que sucede con otros países), al menos quedaría la
satisfacción de la honradez y de la honestidad y no la mala conciencia del
temor y de la sumisión incondicional.
Menos mal que, por comparación,
todavía estamos lejos de las actuaciones de aquel infausto e imbécil presidente
del Gobierno, creo que se llamaba Aznar, que quedó hipnotizado con el acento
tejano, plantó las piernas, o patas, encima de la mesa, se puso delante del
carro para invadir países y “todavía sigue trabajando en ello” mientras se
coloca el flequillo para la foto.
Lo repetiré una vez más: solo hay una
cosa peor que la esclavitud: ser esclavo y además estar agradecido de ello.
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