viernes, 3 de enero de 2014

TAO-TE-KING


Empiezo el año con la lectura del libro del viejo maestro Lao-Tse, aquel ser casi imaginario que dejó su pensamiento en LXXXI brevísimos capítulos, tal vez allá por el s IV a. C., en tiempos de Confucio y de los grandes filósofos griegos. Había anotado en el final la fecha de mi anterior lectura y hacía varios años que no volvía a él.
Los libros, desde hace un tiempo, caen en mis manos un poco al azar y sin demasiado orden, aunque no se me pega cualquiera. Creo que es fruto de que no tengo ninguna necesidad académica de ordenar las lecturas y de algún otro factor menos importante.
Los libros son lo que son, pero también son lo que cada uno de nosotros añadimos o somos capaces de extraer de ellos. A tal fin cuentan muchas variables: la cultura, la edad, el ritmo de lectura, el ambiente, la época… Y, en cada caso, la lectura resulta ser una fuente que mana agua diferente, o al menos con distinta intensidad y grado de temperatura. Entonces, la sed se sacia más o menos, o incluso se sale de las páginas con más sed.
Esta vez he vuelto a las consideraciones del ser y del no ser, del Ying y el Yang, del Principio, de la fuerza continua que fluye en sus dos caras…, y, por encima de todo, de la necesidad de adaptarse a los ritmos de la naturaleza como forma de sobrevivir y de llevar una vida sana y sabia. No alterar esos ritmos y adaptarse a ellos es la clave de todo; para ello la máxima es no actuar, no actuar contra esas leyes creando otras nuevas y distintas, que, desnaturalizadas, destruyen la paz y la equidad, y sitúan a la sociedad en la injusticia y en la desigualdad. Parece algo así como un programa de ecología pero es mucho más que eso, es todo un programa filosófico y un tratado místico.
Copio un pequeño párrafo del capítulo LXVII (también muy breve, como todos) en el que se describe el ideal del sabio: “El Sabio estima tres cosas y les tiene apego: la caridad, la simplicidad, la humildad. Si es caritativo, será valeroso (en los límites justos, sin crueldad). Al ser simple, será liberal (en los justos límites, sin despilfarro). Al ser humilde, gobernará a los hombres sin tiranía.”
Quien conozca algo de la sabiduría oriental sabe que todo camina hacia dentro, mientras que en nuestro occidente parece que nada sirve sin que sepamos mucho de ello los demás, sin que salga a pasear por ahí y se enteren todos, sin que se luzca en la pasarela de la imagen y de la moda. Tal vez por eso las culturas de una parte del mundo y de la otra, a pesar de todos los elementos modernos de comunicación y de la extraña mezcla de sociedades y de desarrollo en el oriente en los últimos tiempos, sigan siendo bien diferentes.
Pienso ahora mismo en el encogimiento que predica el Taoísmo, en el camino interior, en el acoplamiento de nuestros ritmos a los de la naturaleza, en la inactividad como principal elemento de conquista y de evolución… y lo comparo con la febril actividad de la gente en las compras de reyes, en el sube y baja del índice de los precios y en las cuentas de resultados como fin último, en las salidas a sumergirse en la multitud, en las carreteras atascadas como hileras interminables camino de ningún sitio, en las reuniones obligadas y no siempre deseadas, en esta necesidad de movimiento continuo y de actividad acelerada, en la no conformidad con casi nada y en el empeño de todos en luchar unos contra otros en batalla de vencedores y vencidos…
Pienso y no acabo. Y no entiendo tampoco del todo el camino del Tao pues me deja paralizado y no soy capaz de imaginar la evolución y eso que en occidente llamamos el desarrollo desde sus principios.
Pero no sé… Algo más de calma, un poquito más de serenidad, una vuelta a la escala de valores, un sosiego y una parada, una contemplación hasta el silencio, un sentimiento de quedarse y olvidarse, un olvido en el olvido… No sé, pero acaso vendría muy bien a todos y nos situaría en un espacio y en un tiempo algo más placenteros.

No sé… No sé…  

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