Empiezo
el año con la lectura del libro del viejo maestro Lao-Tse, aquel ser casi
imaginario que dejó su pensamiento en LXXXI brevísimos capítulos, tal vez allá
por el s IV a. C., en tiempos de Confucio y de los grandes filósofos griegos.
Había anotado en el final la fecha de mi anterior lectura y hacía varios años
que no volvía a él.
Los
libros, desde hace un tiempo, caen en mis manos un poco al azar y sin demasiado
orden, aunque no se me pega cualquiera. Creo que es fruto de que no tengo
ninguna necesidad académica de ordenar las lecturas y de algún otro factor
menos importante.
Los
libros son lo que son, pero también son lo que cada uno de nosotros añadimos o
somos capaces de extraer de ellos. A tal fin cuentan muchas variables: la
cultura, la edad, el ritmo de lectura, el ambiente, la época… Y, en cada caso,
la lectura resulta ser una fuente que mana agua diferente, o al menos con
distinta intensidad y grado de temperatura. Entonces, la sed se sacia más o
menos, o incluso se sale de las páginas con más sed.
Esta
vez he vuelto a las consideraciones del ser y del no ser, del Ying y el Yang,
del Principio, de la fuerza continua que fluye en sus dos caras…, y, por encima
de todo, de la necesidad de adaptarse a los ritmos de la naturaleza como forma
de sobrevivir y de llevar una vida sana y sabia. No alterar esos ritmos y
adaptarse a ellos es la clave de todo; para ello la máxima es no actuar, no
actuar contra esas leyes creando otras nuevas y distintas, que,
desnaturalizadas, destruyen la paz y la equidad, y sitúan a la sociedad en la
injusticia y en la desigualdad. Parece algo así como un programa de ecología
pero es mucho más que eso, es todo un programa filosófico y un tratado místico.
Copio
un pequeño párrafo del capítulo LXVII (también muy breve, como todos) en el que
se describe el ideal del sabio: “El Sabio estima tres cosas y les tiene apego:
la caridad, la simplicidad, la humildad. Si es caritativo, será valeroso (en
los límites justos, sin crueldad). Al ser simple, será liberal (en los justos
límites, sin despilfarro). Al ser humilde, gobernará a los hombres sin tiranía.”
Quien
conozca algo de la sabiduría oriental sabe que todo camina hacia dentro,
mientras que en nuestro occidente parece que nada sirve sin que sepamos mucho
de ello los demás, sin que salga a pasear por ahí y se enteren todos, sin que
se luzca en la pasarela de la imagen y de la moda. Tal vez por eso las culturas
de una parte del mundo y de la otra, a pesar de todos los elementos modernos de
comunicación y de la extraña mezcla de sociedades y de desarrollo en el oriente
en los últimos tiempos, sigan siendo bien diferentes.
Pienso
ahora mismo en el encogimiento que predica el Taoísmo, en el camino interior,
en el acoplamiento de nuestros ritmos a los de la naturaleza, en la inactividad
como principal elemento de conquista y de evolución… y lo comparo con la febril
actividad de la gente en las compras de reyes, en el sube y baja del índice de
los precios y en las cuentas de resultados como fin último, en las salidas a
sumergirse en la multitud, en las carreteras atascadas como hileras
interminables camino de ningún sitio, en las reuniones obligadas y no siempre
deseadas, en esta necesidad de movimiento continuo y de actividad acelerada, en
la no conformidad con casi nada y en el empeño de todos en luchar unos contra
otros en batalla de vencedores y vencidos…
Pienso
y no acabo. Y no entiendo tampoco del todo el camino del Tao pues me deja
paralizado y no soy capaz de imaginar la evolución y eso que en occidente
llamamos el desarrollo desde sus principios.
Pero
no sé… Algo más de calma, un poquito más de serenidad, una vuelta a la escala
de valores, un sosiego y una parada, una contemplación hasta el silencio, un
sentimiento de quedarse y olvidarse, un olvido en el olvido… No sé, pero acaso
vendría muy bien a todos y nos situaría en un espacio y en un tiempo algo más
placenteros.
No
sé… No sé…
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