Hacía bastantes días que, por diversas razones, no subía
hasta los pinos, para cumplir con mi paseo diario y matutino. El Parque, la
Centena, El Castañar, el rodeo de las murallas… han sido los otros lugares que
he hollado, siempre al aire frío de la mañana, mientras se despereza el día y
yo con él.
Hoy he vuelto a Monte Mario y al pinar. El mismo
fresco, la misma brisa húmeda de estas últimas semanas de invierno, la misma
ladera empinada que se desploma en el rio que se anuncia sonando en la
hondonada, la misma vista del oeste y de la sierra, ahora un poco más nevada y
hoy brumosa. Respiro y miro, contemplo y respiro, siento y respiro, imagino y
sigo respirando.
Cuando llego al cruce de senderos, en lo alto del
pinar, unos sonidos roncos me llaman la atención. Enseguida paso del sonido a
la imagen. Tres operarios talan pinos y, a la vera del sendero se acumulan pilas
de troncos cortados y ramajes que serán pasto del calor, cuando se sequen y
vengan los calores, o de las llamas. Me paro a contemplar y observo que, por lo
que llevan talado, su trabajo es ya de bastantes días pues la entresaca de
pinos ocupa un buen espacio del pinar.
Inmediatamente pienso en la bondad y en la maldad de
esta corta tan grande de árboles. Quiero ser calmado y comprensivo: seguramente
todo obedecerá a los conocimientos y a las órdenes de algún técnico en la
materia. Pero mi experiencia me invita a no fiarme. Y mi gusto, bastante menos.
En algunos lugares veo los tocones de varios árboles seguidos, ya solo recuerdo
de lo que se fue forjando durante tantos años, en un empeño loco y baldío de
alcanzar la luz y los cielos. No sé cuál es el criterio de la tala y quiero ser
prudente, pero no me siento tranquilo.
En una de las pilas de madera se almacenan troncos de
muy diverso tamaño. En ellos se pueden observar los círculos que van marcando sus
años de vida y todo lo que esa lenta construcción de madera ha ido contemplando
mientras se forjaban lentamente esos cilindros, esbeltos hasta que las manos de
los operarios los han abatido. Entonces mi imaginación se deja ir y acumula en
imágenes, soñadas, reales o inventadas, todo un inventario de experiencias, de
paseos, de fenómenos naturales, de deseos, de fatigas, de desahogos, de
complicidades, de… Algunos de estos hechos seguro que me pertenecen pues yo soy
un asiduo de estos parajes; algo queda de mí en la sabia que ahora se muere
apilada al borde del camino.
Trato de imaginar los fines que se van a conseguir con
esta tala, pienso en los beneficiarios y tampoco tengo claro nada. Pero no debo
ser tan pesimista: me faltan datos y conviene opinar solo después de poseerlos.
De todos modos, una buena explicación pública no vendría mal para que todos los
vecinos conocieran lo que allí se está haciendo.
Pienso también en lo inevitable de la evolución, también
en la naturaleza. La saca de los pinos no es otra cosa diferente que la sucesión
de las generaciones humanas, la evolución inevitable e infinita de todo lo que
nace y crece. La muerte como un capítulo de la vida. Entre todos esos pinos,
correrán la misma suerte que los sanos los que ya estaban secos, los cortados
dejarán pasar la luz para que esta llegue con más facilidad hasta el suelo,
acaso las plantas menores y más a ras de suelo lo agradecerán y tal vez el
equilibrio se alcance mejor así. No lo sé, me faltan elementos para un juicio
definitivo, aunque la primera impresión es negativa.
Mientras cubro el paraje de los pinos en el que se está
talando, al menos tres árboles crujen como respuesta al sonido de las sierras y
golpean doloridos contra otros árboles o
contra el suelo. Son golpes de dolor y de despedida, de protesta y de adiós. La
cascada, hoy con más caudal, también parece que golpea al caer sobre sus bases
con más fuerza y dolor, como si también se uniera a la protesta. Los pájaros se
han ido a otras partes del pinar, como huyendo, y el sol no se atreve a salir
todavía, pues el día está gris y un poco triste: tal vez cuando se asome también
se sorprenderá y acaso se vuelva a esconder como protesta por lo que observe,
tal vez.
A medida que desciendo, en mi camino circular, me
alejo del ruido de las motosierras y del crujir de los troncos; tampoco veo ya
los troncos apilados ni los ramajes. A lo lejos distingo a un caminante que a
diario realiza este camino en sube y baja hacia lo más alto. Es un personaje peculiar
que recoge en notas manuscritas el menudeo de la vida diaria en Béjar:
esquelas, espectáculos, nacimientos, incidencias… Como un cronista menor y
minucioso de la intrahistoria. ¿Tomará
nota también de este desnudo que se le está practicando al pinar de Béjar? Espero
que el desnudo no lleve a un resfriado ni a mostrar las miserias del desnudador,
sino a un vestido mejor que, en todo caso, no
se verá cumplido en poco tiempo.
Ahí queda el apunte y la impresión primera.
1 comentario:
Antonio hoy te cuento mi experiencia con unos arboles situados en el camino al lado de una casa que tuve... eran centenarios, y al oír la motosierra cortándolos sentí una rabia infinita como a ti te sucede... me vestí, y persone en el ayuntamiento diciendo que porqué estaban cortando aquellos árboles centenarios, sorpresivamente... el secretario del ayuntamiento dio la orden de parar inmediatamente la tala de los árboles, desgraciadamente cuando el alguacil y yo llegamos al lugar de la tala ya habían derribado uno pero logre salvar a los otros 9 árboles y me siento orgullosa por ello...si quieres podemos intentarlo, y hacer lo mismo, yo te acompaño si quieres por preguntar que no quede y Manolo seguro que se apunta y tres hacen más fuerza que uno.( creo que hay una Orden de Medio Ambiente que lo prohíbe)
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