Los
calores de agosto dan para muchas cosas, pero pocas tan refrescantes como la de
sumergirse en la extraordinaria piscina que Béjar tiene en el paraje de la
Cerrallana. Yo ando con la ocupación de los primeros días de vida de Rubén y su
asentamiento en esta mezcla extraña de novedades que ya lo acompañan. No
obstante, en cuanto podemos, nos escapamos a disfrutar del agua, a sumergirnos
y a emerger (emerger es esto: salir del agua, no lo que tontamente se escribe
en las ambulancias y en los centros de salud, que tienen salidas de “emergencia”
hasta en el último piso, aunque no llueva nunca) del agua y sentirnos como
peces. Después está el airecillo que orea toda la atalaya, y viene la charla
con los que comparten recreo, y aparecen los asuntos más diversos encima del
tapete verde para desollar al mundo si hace falta.
Hoy,
entre otros, surgió el asunto de la situación femenina. Era un poco tarde y yo
no tenía ganas de abrir un melón de tanto peso, pero me apresuré a indicar que
se tuviera en cuenta el efecto que la religión ha producido en la valoración de
la mujer a los largo de los siglos. Este país se halla en eso que genéricamente
llamamos el occidente y, como se hartan de recordar muchos próceres de derecha,
Europa no se entiende sin sus raíces cristianas. Naturalmente que tienen razón
en esa afirmación, pero se les olvida recordar algunas otras cosas. La primera
y fundamental es que nadie puede asegurar que con otras bases y otro desarrollo
el asunto hubiera resultado mejor o peor: eso es jugar a las conjeturas en un
periodo demasiado largo. La segunda es que otros desarrollos de la misma
doctrina tal vez nos habrían llevado a otras situaciones en el presente. La
tercera es la del reconocimiento de que, en el asunto de la valoración femenina,
las culturas que se derivan del Libro, es decir, la judeocristiana y la
musulmana, no se caracterizan precisamente por poner a las mujeres en un
pedestal sino todo lo contrario. Repásese la Historia, descríbase sin pasión el
presente y extráiganse consecuencias lógicas. Y a ver qué pasa.
No
sirve de mucho afirmar que en el occidente las mujeres están mejor consideradas
que en los países islámicos. En mi pueblo a eso se lo llama “mal de muchos,
consuelo de tontos”.
El
siguiente paso es analizar cuántas mujeres (y hombres) contribuyen con su
defensa a que se mantenga esa escala de valores. Y si queda algo de tiempo, obsérvese
qué tendencia social y política es la que predomina entre esas y esos
defensores. Y, de nuevo, a ver qué pasa.
Tal
vez luego todo se trate de sustituir por acusaciones de falso machismo o de
instintivos calificativos de misoginia. Qué le vamos a hacer.
En
nombre de la religión no solo se mata a mansalva y a la luz del día, también se
hace con cuello blanco y de manera más sutil.
El
tiempo ni dio para más que para dejarlo apuntado. Las líneas de esta ventana
tampoco. Pero apuntado queda.
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