martes, 5 de agosto de 2014

LOS ILUMINADOS Y SU ESTILO


Cuando los alumnos empiezan a escudriñar su propio idioma, un poco después de conocer la descripción de los primeros rudimentos, se les suele enseñar la diferencia entre lo que llamamos estilo directo y estilo indirecto. La práctica repetida de la conversión de un párrafo de un estilo en otro suele servir para que entiendan la diferencia cuando hablan, cuando leen y cuando escriben. Más tarde, si a alguno le da por ponerse a crear algún párrafo o algún texto más extenso, su uso puede ser indistinto pero bien diferenciado.
Ando en la lectura de una extensa novela de Víctor Chamorro, titulada “Los Alumbrados”, que me deja perplejo porque no utiliza ni un estilo ni otro sino la  mezcla de ambos. Y no lo hace ni por descuido ni en ocasiones aisladas, sino durante toda la novela: 536 páginas.
No puedo pensar que no conoce lo que está haciendo y solo lo puedo considerar como un rasgo de estilo. Pero me quedo como de un aire pues, o nunca lo había visto, o nunca lo había advertido. Los ejemplos en una novela tan larga son centenares. Este es uno de ellos, tomado al azar
Habla el narrador y nos da cuenta de lo que sucede entre el provincial de una orden religiosa y fray Alonso, el protagonista de la obra:
“Fray Alonso esbozó un gesto de extraña mansedumbre e inclinó la cabeza. El Provincial murmuró que me vais a hacer perder los estribos de la paciencia y acariciando la mesa pontificó que, cual se precisaba en la presente constitución de Capítulo, los súbditos de la Provincia le habían de tributar el mismo respeto que al Maestro General de la Orden”.
Interesa aquí lo destacado, que, según fácilmente entenderá cualquier usuario de la lengua española, debería venir de la siguiente manera:
Estilo directo: …murmuró: Me vais a hacer perder los estribos de la paciencia.
Estilo indirecto: …murmuro que le iba a hacer perder los estribos de la paciencia.
Toda la novela está trazada con este cruce de estilos que ni complace a uno ni deja en buen lugar al otro. Nunca lo había visto, o nunca había reparado en tal rasgo. Añadiré además que no me gusta como expresión de estilo, si es que obedece a tal.
Me gustaría saber qué diría el autor a este reparo. Acaso tiene alguna explicación más sencilla y que a mí se me escapa. Acaso. Mejor sería eso que no un déficit demasiado evidente.
Anoto esta advertencia tal vez por deformación profesional. A su lado se posan otras  consideraciones formales que dejo en el olvido.
Pero no me resisto a apuntar la sensación que me produce el contenido: algo así como una sala de espejos cóncavos que se asoman, a través de un monje predicador, al mundo de los quietistas, iluminados, alumbrados y demás sectas o variantes religiosas de los siglos XVI y XVII, variantes de la religión “ortodoxa” y laminadas a sangre y fuego por el poder visible de la jerarquía y de la inquisición. Qué poder tan absoluto con la espada del miedo, qué escala de valores desde el terror, el pánico, el pavor, los recelos, las desconfianzas, las sorpresas, el espanto… Y siempre con el palo de un dios justiciero y un infierno a la vuelta de la esquina. Pobrecitos los indefensos, que eran casi todos, en lo económico, en lo social, en lo cultural y en lo religioso. Y qué cantidad de injusticia, de desórdenes, de exageraciones, de crímenes, de deshonras, de atropellos, en nombre de la religión y de los iluminados y salvadores interesados… Qué panorama tan desolador el de la Historia, el de todas estas historias.

Convendría saber cuántos iluminados quedan por ahí, cuántos alumbrados, cuántos dogmatizados y cuántos idiotizados por elementos que deshumanizan y que, al menor descuido, convierten la capacidad racional del ser humano en carne de cañón de todo lo escondido y misterioso. Y convendría conocer bajo qué disfraz se esconden esos poderes en nuestros días. Tal vez los tengamos todos más cerca de lo que suponemos. 

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