lunes, 4 de agosto de 2014

EN LA SIERRA DE BÉJAR


A veces necesito espacios grandes, horizontes sin manchas y cielos por montera. Entonces mi cuerpo se hace grande también porque grande es entonces la mirada y casi infinito el contraste ente el que mira y lo mirado, entre el que siente y lo sentido, entre el que imagina y lo imaginado. Toda la realidad se multiplica y se rompen los ritmos de la vida.
Uno de los mejores sitios para engolfarme en esta realidad y en el sentimiento de esta certeza es la montaña, son las atalayas y los picos; desde ellos la mirada se extiende y los sentidos se expanden. En contraste, la realidad personal se hace más perecedera y simple, más insegura y frágil, aunque tal vez más densa y más profunda. Allí arriba, en lo alto, parece que resulta más sencillo dejarse ir en un acompañamiento silencioso con lo que te rodea. Me sucede en Gredos y me sucede en esta la sierra de Béjar o en mi materna sierra de Valero o de Francia.
Ayer fue domingo y pasé el día en la sierra de Béjar. Desde la Plataforma resulta bastante sencilla la escalada, sendero arriba, hasta la fuente del Travieso, la Goterita o el Calvitero. Qué fresco y sano el día en las horas de la mañana. Y qué inmensas las vistas a medida que se alcanza más altura. Béjar y todos los pueblos más pequeños se van quedando allá en el valle o las llanuras, y los picos pequeños se tornan más pequeños todavía ante la gran montaña. Por todas partes el horizonte se aleja hasta el abismo en las dos mesetas y en el espinazo que resulta ser Gredos de toda la península.
Hoy, extrañamente -por la fecha y el día de la semana-, la sierra se halla casi solitaria: toda la vida humana se ha quedado allá a lo lejos, en los núcleos de población, pequeños desde lo más alto, o en los caminos y carreteras que surcan los espacios. La Ceja guarda aún unos amplios neveros, que se resisten a desdecirse de su misión de aguantar los calores y esperar la renovación de sí mismos con los primeros fríos del otoño.
En la Sierra de Béjar se alcanza el ambiente realmente alpino solo en las cumbres: el circo de la Ceja y la zona y el circo de Hoyamoros. Desde la vaguada que da acceso a la Ceja se pueden contemplar las dos vertientes pues es pico y línea divisoria entre las cuencas del Tormes y del Tajo, y separa la altura de las dos mesetas.
Pero los neveros destilan gotas de agua que se van acumulando en el valle que pronto se remansa en las lagunas. Desde el centro de la tierra, de entre los riscos y dede misterio, se van conformando reguerillos de agua hasta formar regatos diminutos y, más abajo, pequeñas cascadas o remansos. Las tres lagunas apenas han descendido en su capacidad a pesar de la altura del estío.
Acariciar sus aguas, sentarse plácidamente a contemplarlas desde cualquier peñasco y sentir cómo toda la naturaleza se desploma en pocos metros produce una sensación especial, sobre todo si se rumia mentalmente y se acompaña de alguna vianda y de las bebidas correspondientes que aligeren la digestión. Eso es lo que hicimos durante algunas horas colgados entre la segunda y la tercera laguna.
El cielo quiso cubrirnos mansamente con una muy suave niebla que apaciguaba cualquier calor y se insinuaba hasta traernos incluso fresco al lugar. Allí, cara al cielo, observando las caprichosas figuras que las nubes iban formando a cada momento, reparamos la fatiga, descansamos y hasta nos echamos unas risas. Hubo tiempo para contemplar y para comprobar una vez más que la realidad se encoge desde nuestra realidad biológica pero que se expande en cuanto la trasladamos a los parámetros geológicos. Ese es el momento en el que todo se va un poco al traste, todo se empequeñece, todo se vuelve relativo y todo cambia un poco o un mucho de sentido. Tal vez en momentos como esos es cuando el ser humano empieza a darle vuelas a la idea de dios y comienza a darle formas personales y a dibujarlo interesada y caprichosamente, tal como dibujaban las nubes en el cielo durante todo el día, reproduciendo figuras continuamente. Tal vez, también como ellas, hagamos y deshagamos, busquemos o rebusquemos, nos enfrentemos o huyamos, pongamos miedo o pongamos razón. Tal vez.

En la sierra, las dimensiones y los sentimientos se modifican un poco. En la llanura y en el valle también. No estará mal conjugar ambos serenamente. Por aquí la geografía lo permite, el paisaje también. Habrá que suponer que las personas también. Quién sabe.  

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