Las obligaciones profesionales
condicionan casi todas las actividades, de manera que lo relacionado con ellas
se somete a una disciplina diferente a la que se dispensa a las demás, que son
consideradas como complementarias y accesorias. Cuando la actividad profesional
se reduce o se anula, entonces surge alguna manera de flojera y de falta de
rigidez, de azar y de menos compromiso que no sea con uno mismo.
Esto mismo sucede con las
lecturas. El que, con la implicación que sea, desarrolla su actividad en torno
de algo que se apoya en expresiones escritas tiene la obligación de leer libros
acerca de esa disciplina sobre todo. Si la actividad gira alrededor de la
enseñanza de la literatura, no es necesario explicar en qué grado se
intensifica la acción de leer. O debería intensificarse, porque nadie está en
la piel de nadie, ni parece que los controles sean excesivos.
Pero mucha gente es la que lee y
se acerca a ese mundo de la creación literaria, también los que nada tienen que
ver con ella en sus trabajos diarios. En esos casos se suele utilizar la obra
de creación como pasatiempo, como complemento de cultura o simplemente como
distracción o curiosidad. Las editoriales tienen mucho que decir entonces
acerca del tipo de libro que se propone para el consumo y para el negocio. Muchas
veces nada tiene que ver con los criterios de selección y de admiración que se
utilizan en el mundo académico. Por eso una obra de consumo y de edición múltiple
puede no ser considerada en el mundo académico mientras que otras valoradas por
estos círculos no consiguen casi ningún favor del gran público.
En esta época de vacaciones, tal
vez más que en otras, proliferan las obras comerciales, las de estructura
sencilla y esquema previsible, las que están pensadas no para el descubrimiento
sino para saciar las necesidades ya conocidas de los posibles lectores, que se
hacen así consumidores, en un círculo vicioso propio de un mundo banal,
comercial y financiero. Resultaría estupendo tener la capacidad del duende que
se cuela en los bolsos y en las maletas para comprobar qué tipo de libros se
esconden en ellos, si es que se esconde alguno, para ser abiertos en la tumbona
de la playa o en la silla que busca la sombra de algún árbol. Tengo para mí que
un tanto por ciento demasiado elevado repite el mismo esquema comercial. Tal
vez tampoco haya que pedir otra cosa en las fechas y en los ánimos de las
gentes, además de respetar sus derechos a leer e incluso a no leer.
Este periodo resulta también
precioso para cambiar el esquema y, con más tranquilidad y sosiego, hincarle el
diente a algún tratado que en invierno no encaja en esa necesidad de no meterle
prisa pero de no dejar de atenderlo.
Como ando ya un poco al azar en
esto de las lecturas, me dio por sumergirme de nuevo nada menos que en la “Crítica de la razón pura”, obra culmen
de Kant. Y no sé si he acertado porque la densidad y el grado de concentración
que exige no sé si son propicios para insertarlos en el verano y en los
calores, a pesar de tomármelo con calma y de dedicarle bastantes días.
Es que no sé si serán ni para
playa ni para sombra párrafos como este (el libro mantiene el tono y la
dificultad desde el comienzo hasta el final):
“El pensar es el acto de referir
a un objeto la intuición dada. Si el modo de esa intuición no es dado de
ninguna manera, el objeto es meramente trascendental y el concepto del
entendimiento no tiene otro uso que el trascendental, a saber: la mitad de
pensar un múltiple. Ahora bien, mediante una categoría pura, en que se hace
abstracción de toda condición de la intuición sensible que es la única posible
para nosotros, no se determina pues un objeto sino solo el pensar un objeto,
expresado según diferentes modos. Ahora bien, es propia del uso de un concepto
otra función del juicio, en que un objeto se subsume bajo él y, por lo tanto,
la condición por lo menos formal en que algo pueda darse en la intuición. Si el
juicio no cumple esta condición (esquema), desaparece toda subsunción, pues
nada se da que pueda subsumirse en el concepto. Por lo tanto, el mero uso
trascendental de las categorías no es de hecho un uso, y no tiene un objeto
determinado, o tan solo determinable por la forma. De aquí se sigue que la
categoría pura no basta para un principio sintético a priori y que los
principios del entendimiento puro son solo de uso empírico y nunca
trascendental; pero más allá del campo de la experiencia posible no puede haber
jamás principios sintéticos a priori.” Pg. 237.
Olé, con dos, y eso por más que
uno ande algo versado en el asunto y ya lleve leídos algunos centenares de
hojas del tratado. Solo en concretar conceptos aisladamente se me va un rato. Hilarlos
y darles sentido conjunto no me resulta sencillo. Y todo reconociendo que se
trata de un intento maravilloso por dar límites a la razón y abstracción a los
fenómenos, a las sensaciones y al entendimiento humanos, curso a las intuiciones
y camino al pensamiento.
En fin, cada cual verá, pues,
como decía un representante público y poco instruido de esta ciudad estrecha en
la que vivo, “todo tiene sus pros y sus encontras”.
1 comentario:
Dedícate a vivir....jeje,es verano.
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