2014-08-12
PASEO CON ASOMBRO
Un fondo azul de cielo desgarbado
encuadra su presencia en la
atalaya
del monte que vigila la llanura.
Hay robles y castaños y zarzales
con sus ramas al viento y con
erizos
agrandando sus vientres de
castañas
y de moras ya rojas en agosto.
Acuden al lugar cada verano,
parecen ser romeros persistentes
que se acuestan con sueño en el
invierno
y siempre están de vuelta en el
estío:
ellos son el paisaje y son la
fronda
que define las horas de la tarde.
Pero es el tiempo el siempre, es la
sustancia,
el concepto de todos los
conceptos,
el a priori auténtico, el preámbulo,
el que regala tikets a los seres
que se asoman al vértigo del aire,
el fijo, el inmutable, el que al
principio
de todos los principios ya era
tiempo
y ha permitido ser a los
paisajes,
a los robles, las zarzas, los
castaños,
en cualquier estación. Después,
los días,
los meses y las noches van ajando
las hojas y los frutos
en una sucesión interminable.
Hoy los miraba alegre,
agradecido,
pues soy también partícipe
agraciado
del regalo magnífico del tiempo,
fenómeno menor y limitado,
exposición fugaz de ese misterio
que me acoge y me acuna en dulce
sueño.
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