LA MEMORIA DEL TIEMPO
Quise tener
memoria de las cosas
desde el
primer principio de los tiempos
y fui a
buscarla al fondo del armario.
Allí los
trajes cortos, las camisas
de la época
de niño, las primeras
chaquetas de
ese afán encendido
por enseñarle
a todos las señales
de algún
brote en sazón de juventud.
Había prendas
oscuras, descosidas,
ajadas y con
lámparas, en precio
del paso destejido
de los años.
Quise indagar
el rastro
del paso
rutinario de los días
y encontré
tenues huellas del asombro
en el que se
define nuestra alma.
Después volé
más alto, por si el cielo
me regalaba
acaso otra memoria
más extensa y
más diáfana
y encontré la
presencia de los otros
como algo inevitable
y asombroso.
Volví a mi
pensamiento y fui consciente
de que el
tiempo define
la memoria de
Dios sobre nosotros,
si sabemos
soñarlo y que nos sueñe
como misterio
efímero en el tiempo.
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