Hace escasos días asistí a una
conferencia en el Casino Obrero de Béjar; en ella, el catedrático de la USAL
José María Hernández Díaz, durante un largo rato y de manera muy didáctica y
amena, daba a conocer la figura de don Nicomedes Martín Mateos, tal vez el
intelectual más importante de la historia bejarana, un jurista, filósofo y
enamorado de la enseñanza y la cultura que, el en siglo diecinueve, impulsó
ideas, instituciones y prácticas importantes en España y en Béjar.
En un momento determinado citó
su adscripción al partido liberal, y se sintió en la necesidad de explicar lo
que, en el siglo diecinueve, significaba esta palabra: algo tan distinto a lo
que con ella se quiere dar a entender en nuestros días, sobre todo en el ámbito
político.
Yo mismo me he referido alguna
vez a la prostitución que de este vocablo se ha hecho, como una de las más
elocuentes y referencia de lo que es el lenguaje y su uso correcto o
incorrecto. El diccionario de la RAE recoge
hasta ocho acepciones de la palabra y no es hasta las números seis y
siete cuando se refiere a algo que podría acercarse a su uso actual; y, aun
así, creo que de manera equivocada.
La primera que refiere se
sujeta al uso latino del término, y reza así: “Generoso, que obra con
liberalidad”. Y la liberalidad nos lleva a
una “virtud moral que consiste en distribuir alguien generosamente sus
bienes sin esperar recompensa”. O sea, el polo opuesto a lo que se exige en
nuestros días por los que se llaman “liberales”.
En su origen, libre, liberal,
liberalidad y todas las de la familia léxica nos llevan a las relaciones en
igualdad, al reparto, a la generosidad, a lo social, a lo comunitario…, a nada
que tenga que ver con las exigencias de propiedad individual sin resquicios, con
el orden en defensa de esa propiedad personal y con todo el ejército de
prevenciones legales y de fuerza con tal de salvaguardar lo que cada persona
posea. De esa manera, ya puede uno suponer quiénes se consideran “liberales” y
quiénes aspiran a devolver a la palabra su significado original.
Es verdad que nada es absoluto
y que todo ofrece aristas e interpretaciones, pero que no engañen y encima
quieran dar lecciones. Por ahí en medio del camino queda todo el asunto de las
profesiones liberales, que se ejercen con más libertad y sospecho que con menos
control de la comunidad, por ejemplo. O el ejercicio de la liberalidad confundida
con el limosneo, la caridad y los días de las banderitas y cestillos.
El léxico se conforma con
muchas variables, también con la social; y siempre es un ser vivo que se
modifica continuamente. Nadie puede detener su desarrollo y su cambio. Pero una
cosa es el cambio y otra el engaño, una cosa es querer ser libre y otra es
impedir en la práctica que todos lo seamos en igualdad de condiciones.
Nicomedes Martín Mateos fue un
liberal del siglo diecinueve. No creo que hoy se apuntara a esta denominación. Sobre
todo con las connotaciones que se le han pegado como las lapas a la hermosa
palabra. Y, si no, analicemos sus escritos y deduzcamos. Cada uno hará lo que
mejor le ajuste a su conciencia. Sobre todo después de leer. Pero sin engañar.
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