DE LA VERDADERA VENTA DE DON QUIJOTE
Fue el velo de la noche tu
aliado,
la ilusión entregada a tu
princesa,
la realidad más cierta que
creaste
en tu imaginación
desconcertada.
No fue Sancho, dormido,
ni fue la realidad de
Maritornes,
velluda y maloliente, encamisada
con tela de arpillera y pies descalzos.
Tampoco el arriero, que,
privado
del regalo precioso de sí
mismo,
se ofrecía y se daba a la
llamada
del fogoso placer de la
pasión.
El ventero jugaba con sus
cuentas
a concertar la pobre realidad
entre el lucro y escaso
beneficio
de su venta y su torpe
razonar.
Solo en tu soledad viviste un
mundo
lejano y verdadero, más
diáfano,
desde una realidad baja y
confusa,
cambiada en ilusión, sueño y anhelo.
Por eso la arpillera hecha
cendales;
las torpes cuentas, orientales
perlas;
el mal aliento, aroma
perfumado,
y la venta, castillo
legendario.
No vuelvas a la venta, don
Quijote,
ni atiendas si te llama
Maritornes:
tu posada se instala en lo más
alto
y en ella Dulcinea es quien te
aguarda.
El mundo en el que habitas,
don Quijote,
es castillo real de cinco
estrellas,
las estrellas que alumbran en
el reino
del sueño luminoso de tu
imaginación.
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