Con frecuencia me quejo de aspectos
de esta estrecha ciudad de Béjar en la que gasto mis días. Confieso que son
muchas más las ocasiones en las que me callo y hago como si no hubiera visto
nada. Digo conscientemente “como si no hubiera visto”. Hoy quiero hacer un alto
en el camino y expresar mi alegría por algo que también ha sucedido y sucede en
la ciudad estrecha.
Ayer se clausuraba el curso de la
Universidad de la Experiencia en la Escuela de Ingeniería. Se hacía con los
protocolos propios de estas ocasiones, que a mí no me gustan demasiado, pero
que entiendo que son formas no fáciles de cambiar. Esto importa poco y ahí
queda.
Lo más importante es comprobar cómo
hay más de un centenar de personas que deciden cada curso apuntarse a unas
clases que les aportan conocimientos y que les suscitan curiosidades diferentes
a las que puedan sentir en sus diarios normales. Ahí la historia y la razón son
las que mandan y la vida se somete a escrutinio hasta reflejar tal vez una
visión distinta de la que lo establecido les ofrece cada día. ¿Qué otra cosa,
si no, tiene que ser la universidad? La más académica y la menos formal.
De esto sí que me siento orgulloso, y
de los bejaranos que son protagonistas de ello también. De los que coordinan
las actividades, con Ramón Hernández a la cabeza, y de todos los que participan
de cualquier forma. A pocos lugares acudo con mejor actitud cada vez que me
piden que imparta alguna clase.
La curiosidad, y todo lo que implica,
es la principal diferencia entre el ser humano y los demás animales.
Despertarla es ya dejar el camino expedito para que se mantenga, se incremente
y se desarrolle para toda la vida. Supongo que de las mentes de algunos alumnos
se habrán caído algunas ramas un poco secas y demasiado ancladas en la
tradición y en ese dejarse llevar en el que andamos todos un poco. No pasa
nada, de eso se trata. Así la vida se hace más próxima, más personal, más
humana, más racional y menos supeditada al impulso y a la imposición
automática. La enjundia de la vida se halla en la búsqueda incesante del porqué
de las cosas, en un continuo alzarse y caerse para volver a intentarlo de nuevo
desde las fuerzas que nos ofrece la razón.
Hay algún otro lugar de la ciudad estrecha en el que
se juntan también más de un centenar de personas. No necesito concretar más. Lo
hacen como forma de pasar el tiempo con el juego. Cada cosa tiene su tiempo y
cada día su ocupación, pero me quedo con la actividad que despierta la
curiosidad, que acucia a la reflexión y que ayuda a considerar de otra manera
el espacio y el tiempo concreto que nos toca vivir. Unos días con el ánimo
caído ante lo que vemos y otros con la emoción un poco más elevada, como
ocurrió ayer con tanto halago a esta ciudad en las frases que recopiló y expuso
J.S. Paso en su exposición final. Tal vez demasiado halago, pero hay ocasiones
en las que el contexto acaso lo pide y lo disculpa
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