En medio de la tormenta que no cesa del asunto catalán -yo creo
que estamos mucho peor que hace tan solo unas semanas-, escucho la noticia de
que tan solo unas docenas de españoles son dueños de más del 4% de la riqueza
nacional. Y, al lado de ello, sigue todo lo de los escándalos judiciales, la
parada en las pensiones, los trabajos precarios…, y hasta el invierno que
parece querer recrudecerse en estos días.
Después hay otros hechos que resultan sintomáticos por lo
simbólicos, pero que, al ser de menor cuantía, ni entran en las preocupaciones,
o, si lo hacen, son fogonazos que se apagan como los fuegos artificiales al
final de unas fiestas.
Me entero de que la casa de Alba quiere contratar dos
becarios, especialistas (universitarios) en asuntos agrícolas y de jardín, sin
sueldo y por unos meses, para el arreglo de su palacio de las Dueñas, aquel en
el que nació el poeta don Antonio Machado, en Sevilla. La fortuna de esta
familia se cifra en varios miles de millones de euros.
Los comentaristas se extrañaban en sus comentarios, y yo me
extrañaba, una vez más, de que ellos se extrañaran. Pero, ¿qué hace todo el que
puede en las mismas circunstancias? ¡Si al que no lo hace lo llaman tonto! Los
medios de comunicación en los que daban y comentaban la noticia están llenos de
becarios sin paga y con horarios casi infinitos, y lo mismo un número elevadísimo
de empresas. NO ESTÁN FUERA DE LA LEY. Ni de forrarse con ella tampoco.
Y, sin embargo, los llamamos de todo. Y con razón, pero con
ignorancia. ¿Por qué? Porque acudimos a la ética y no a la ley. Y, amigos míos,
eso de la ética está bien y es imprescindible para la existencia de ciudadanos leales
y honrados (nunca renunciaré a ella ni me apeo de los imperativos categóricos
de Kant); pero tenemos que discutir si es anterior, coetánea o posterior a la
ley; y hasta dónde podemos y debemos exigirla.
Lo que tenemos que cambiar es EL SISTEMA que les permite
estos desaguisados escandalosos y dejar para un segundo orden la posibilidad de
que cada persona añada su carga ética o de vergüenza torera en las situaciones individuales.
Si no, corremos el riesgo -a la vista están las pruebas- de que, encima de
explotadores, se rían de nosotros y hasta nos inviten a una cerveza para que se
lo agradezcamos.
Este sistema produce monstruos, ciudadanos desiguales hasta límites
insoportables y situaciones que son un bofetón en cualquier cara y mente
decentes. La llamada crisis ha venido a jibarizar a la clase media y a dar alas
a los pocos que ya formaban parte de los elegidos; además, los grupos más
necesitados se han vuelto más necesitados y mayores en número.
No deberíamos escandalizarnos tanto de hechos aislados sino de
lo que simbolizan y de los sistemas que los permiten y hasta los justifican. Podemos
caer en el error de criticar lo que, por otro lado, estamos permitiendo. Y así
seremos siempre becarios de la casa de Alba o de cualquier otra casa en la que
suenen las monedas en abundancia.
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