lunes, 5 de febrero de 2018

CON DIOS AL CALOR DEL BRASERO


Con el susto de las nieves y del frío -más real este que las otras por estas latitudes occidentales-, me paso largas horas leyendo en mi estudio y discurriendo un poco (“hay gente pa tó”) en lo que me transmiten esas líneas pensadas antes por otras personas y pasadas al papel con la intención de que alguien más se las encuentre, dialogue con ellas (con las líneas y con quienes las han escrito) y así siga la rueda de los pensamientos y de las ideas.
A tiro de mi vista se pone un muy corto ensayo acerca de la importancia de Dios a lo largo de la Historia. El ensayista concluye que cada vez esta ha ido a menos. Me parece algo evidente y no puedo menos que estar de acuerdo con él. La idea general no quiero ni discutirla. Si acaso merece algo la pena, es explicar por qué se ha producido esto y pronosticar qué puede suceder en el futuro, si la tendencia seguirá en la misma dirección o no.
Pero es que la explicación y la glosa nos llevaría a una extensión muy grande y a un ensayo voluminoso. Prefiero seguirme sujetando al formato que me he impuesto de unas líneas que marquen algún indicio y un pequeño índice de lo que pienso.
Si Dios existiera, existiese o hubiera existido, termina resultando casi lo mismo que si no existiera, existiese o hubiera existido porque el acceso del ser humano a Él y a su conocimiento parte siempre del ser humano y la representación es siempre la que nosotros hacemos con nuestros escasos medios mentales. Y el ser humano es poquita cosa y obedece casi siempre, si no siempre, a necesidades personales. No pienso solo, claro, en la representación visible, sino en la mental y conceptual, en la de sus atributos y cualidades y hasta en la de su definición.
Desde este punto de vista, bien puede afirmarse que Dios ha existido y existe, pues muchos seres humanos siguen dándole forma y sentido. Es lo mismo que sucede cuando uno tiene un sentimiento determinado que convierte la realidad o irrealidad en lo que le dicte ese sentimiento, con independencia de los elementos externos y de la razón. Por supuesto, este Dios solo existe para el que cree en Él y las representaciones terminan siendo tantas como creyentes.
Si tal cosa fuera verdad, nada parece impedir que la figura y hasta la identidad de Dios haya cambiado a lo largo de la Historia: el ser humano ha ido cambiando también sus percepciones y la representación de todo lo que llega y elabora en sus sentidos. Los elementos aceptados o rechazados, las escalas de valores, las costumbres y las formas de vida poco tienen que ver en nuestros días con los de hace varios siglos.
A medida que el ser humano se ha ido incorporando a sí mismo como conocedor de las leyes que racionalmente explican el mundo, las explicaciones religiosas se han vuelto menos necesarias tanto en el tiempo como en la intensidad. Dicho de otro modo, la ciencia quita cada día alguna página al libro sagrado y Dios se va quedando más cada día al amparo del brasero en los días de invierno.
Tal vez lo que realmente hayamos hecho es cambiar las deidades y hacer subir a la pasarela a dioses con otros rostros, pero que también nos arrastran y nos someten, con su amor o con su espada. Ahí sigue el del dinero, o los nuevos de la fama, o de eso que llaman el triunfo, o los de las modas, o… O sea, que tal vez siga existiendo Dios, pero con otro nombre y con otro careto distinto lleno de colorines y de ráfagas de luz como nuevos milagros deslumbrantes.
¿Seguirá existiendo Dios en el futuro? Todo indica que sí. Más difícil es determinar con qué cara lo representaremos.
Y, si seguimos pensando en el Dios religioso, ¿qué futuro le auguramos? Me declaro incompetente para tal pronóstico. En todo caso, si lo reducimos al brasero, y quiere llamarme, que lo haga con las manos abiertas, con el consuelo en los labios, con el amor por bandera, con la alegría en la atmósfera, con la compasión en el rostro y en el corazón. Y que nunca lo haga (quiero decir que nunca me lo figure o lo defina) como dueño del palo y de la espada, del castigo y del miedo, del misterio o del enfado.

Luego ya viene todo eso tan esforzado y denso de las explicaciones filosóficas y de los pensamientos elaborados y complejos. Pero eso, que a mí no me disgusta, mejor para otra vez. 

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