martes, 13 de febrero de 2018

NUBES ERANT SUB PEDIBUS


Las nubes estaban bajo sus pies”, escribía Petrarca. Aludía a la figura de la persona que se abstrae y que busca la visión panorámica por encima del detalle particular, que realmente se remansa en la vista del bosque frente al dedo y el pormenor.
En realidad, estaba poniéndole mojones al concepto del intelectual, concepto que, en buena medida, se debe también a él, en aquel lejano despunte y ruptura del largo período medieval.
Han pasado muchos siglos desde entonces y la asignación de este epíteto sigue realizándose con demasiada alegría, en cualquier situación y sin demasiado rubor por parte de algunos. A partir de cierto nivel de títulos académicos, uno parece que está ya a las puertas del prado de la intelectualidad. Lo mismo sucede con ciertas profesiones.
Yo me declaro incompetente también en esto y, por ello, debería abstenerme de opinar; pero debo confesar que, con mucha frecuencia, me sonrío, hago una mueca y procuro volverme hacia mí mismo, como dando a entender que aquello no va conmigo.
El mismo autor italiano dejó dicho que al intelectual le adornaban las virtudes y los vicios de la torpeza en las actividades físicas y que tuvieran que ver con el movimiento mecánico. De la misma manera, se desinteresaba por eso que llamamos aspectos más prácticos e inmediatos de la vida. Ese despegue de los elementos y actividades físicas le permiten el tiempo y la atención necesaria para emplearlos en la mirada más general y en la búsqueda de la esencia y los conceptos.
Es un genérico con el que tal vez esté de acuerdo, pero con muchos matices. Conozco personas con habilidades manuales extraordinarias y no menos capacidad para abstraer y pensar. Y sé de personas que ni “manitas” ni inteligente.
Tampoco estoy muy seguro de que la definición de intelectual se mantenga incólume a lo largo de los siglos y no se adapte al cambio de los tiempos.
En todo caso, lo que realmente me importa es el acomodo que del concepto puedo hacer a mí mismo, como persona que puede manipular y pensar. Me río al considerar mi realidad y me reservo la golosa de lo que descubro. En realidad, es un ejercicio que realizo de vez en cuando. Y no sé siquiera si eso de ser intelectual se puede definir, ni quién se puede incluir en tal categoría, ni si es bueno o malo pertenecer a ella o estar al otro lado de la valla.

Pero juro que no es mal ejercicio, porque semeja un examen de conciencia y te empuja a modificar cosas o a seguir en el mismo vagón del tren. Al fin y al cabo, otros días juega uno a las cartas, o se da un paseo, o incluso se queda perplejo viendo pasar las horas y la luz que las acompaña hacia ese destino desconocido al que parece que nos invita para que la sigamos.

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