Hoy se me van los ojos a las aulas, y se me van las manos a las teclas,
y la imaginación y el pensamiento a un conjunto de cosas que componen ese mundo
fantástico llamado educación. Se me van por los claustros donde anduve rondando
al compás de los alumnos, acompañando su quehacer incierto y viéndolos crecer
en el camino impreciso y extraño de la vida.
Empiezan estos días los cursos académicos. Los niños, los adolescentes,
los jóvenes, los profesores todos, los padres, la administración y la tribu en
conjunto se ponen manos a la obra para dar un impulso más a esa estructura en
la que se organiza todo el panorama educativo. Es demasiado lo que se pone en
marcha, muchísimo lo que a todos nos va en el envite, todo lo que nos jugamos y
se juegan los más implicados y los menos, pues al fin somos todos los que formamos
la tribu.
Y todos educamos juntamente; cada cual según sea su talento, su afán y
su manera de entender la vida y la convivencia. Se ha dicho tantas veces, que
no sé si merece la pena repetirlo. La salvación parcial de cada día se asienta
en gran medida en lo que consigamos con la educación y no hay mejor inversión
que la que hacemos en educar a las personas. De modo que se abre la bolsa en la
que jugamos todos para que perdamos o ganemos también todos.
Pero han de ser los alumnos el vértice absoluto, la cima adonde apunten
todos nuestros esfuerzos, el faro que nos guíe, la luz que nos alumbre. Después
vienen los padres, que deberían ser los más interesados por sencillo egoísmo; y
también los educadores, en su trabajo especialísimo de conformar cabezas, de
alimentar costumbres y, sobre todo, de azuzar las antenas de LA CURIOSIDAD; y
la administración, que ha de andar diligente en su actividad múltiple de
organización y de representante de todos los ciudadanos, que son, al final del
proceso, los beneficiarios últimos de toda actividad.
Estoy viendo a los niños de primera edad topándose de pronto con los
espacios físicos distintos, lejos de las caricias de los suyos, al contacto
directo con los que no conocen, dejados al amparo de otras manos extrañas y
recibiendo imágenes todas nuevas e insólitas. Qué primer día de clase y de
contacto, qué mundo diferente, qué sensación tan grande de impotencia. Al otro
lado de la verja, los padres y las madres, los abuelos pensando en esos niños
que han dejado en las aulas y aguardando la vuelta para abrazarlos fuerte. Otro
tanto imagino para los adolescentes y para los más bregados en los años a los
que yo traté durante tanto tiempo, o para todos los educadores, tan diversos,
pero siempre con ánimo de empujar un poquito en el proceso.
He dicho, y lo repito, que educamos todos, que es la tribu entera la que
ha de implicarse en el proceso; pero todo se me va en la imagen sorprendida del
alumno que empieza un nuevo curso, que comienza una aventura de la que debería
salir con más impulso y con algo más de curiosidad por indagar en qué consiste
esto que llamamos vida. Tal vez esa es la clave, la curiosidad del ser humano:
si fuéramos capaces de despertar la curiosidad en las personas, sobre todo por
aquellos aspectos para los que cada uno esté mejor dotado, tal vez habríamos
dado un paso que no admitiría marcha atrás.
Luego está lo demás, eso de segundo o de tercer orden, en lo que acaso
gastemos demasiado esfuerzo, necesario, pero menos acuciante: los horarios, la
división por grupos, el salario, las actividades, las ratios, los exámenes, los
expedientes varios, las jefaturas tontas, la burocracia entera y su fastidio,
el mundo de los premios, los celillos sin causa…
Hoy miro con pasión y con nostalgia la cara sorprendida de ese niño que
empieza su aventura, la del adolecente que va quemando etapas o la del que ya
proyecta su futuro. Me quedo sobre todo con la inocencia infantil, con esa
esponja limpia en la que cabe toda el agua del mar si sabemos echarla con
cariño. No ensuciemos el cauce de ese río que ahora nace tan puro e inocente,
dejémoslo que crezca y que descubra los saltos, las cascadas, los remansos, las
riberas azules y las que son más negras, hasta que entregue al mar todas sus
aguas.
Qué feliz aventura para todos.
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