LA LITERATURA Y LA REVOLUCIÓN
DE 1868
Se cumplen estos días 150 años del alzamiento en Béjar en aquella
revolución que terminó conociéndose como La Gloriosa. Se trata de uno más de
los períodos agitados en que se consumió buena parte del siglo diecinueve. Los
historiadores se han de ocupar de traernos los datos fidedignos que nos ayuden
a mejor comprender lo que sucedió. Pero, sobre todo, deberíamos prestar
atención al conocimiento de las causas y de las consecuencias. Es ahí donde yo
concedo realmente valor a la historia y a la historiografía. Cuando los datos
se vuelcan al presente, estamos en condiciones de entender en qué nos afectan
de verdad y cómo tenemos que encararlos, para repetirlos o para no volver a caer
en los mismos errores.
Existe un apartado que también nos ofrece luces acerca de la manera de
ver los hechos por parte de algunas de las personas más sensibles y reflexivas.
Se trata de la literatura, del rastro que los escritores dejaron en sus creaciones
cuando se enfrentaron a los hechos reales. No se suele dar mucha cabida a la
literatura en las convocatorias que se hacen para reflexionar acerca de hechos
históricos. Creo que es un error. Es cierto que las formas de encarar un hecho
histórico no son las mismas en un literato que en un cronista o en un
historiador, pero muchas veces las fuentes terminan por ser más fiables entre
los primeros que entre los últimos. ¿Quién podría negar que una de las mejores
fuentes para el conocimiento de todo el siglo diecinueve se encuentra en las
obras de Pérez Galdós? Sirvan estas breves reflexiones como desagravio y como
aportación.
No conozco fuentes directas, en términos literarios, de lo que sucedió
en Béjar en aquellos días. Tampoco sé de nadie que las conozca. Y no es porque
no vivieran en la ciudad personas que, en prosa o en verso, tuvieran suficiente
entidad como para dejar huella certera de los acontecimientos. Tal es el caso
de don Nicomedes Martín Mateos, que solo aparece como componente de la
corporación municipal, dando cuenta de la respuesta que el Ministerio de la
Gobernación ha dado las peticiones que se le han formulado. Ni conozco más datos,
ni creo que se conozcan, de sus opiniones o intervenciones en los hechos. Si
resulta fácil imaginarlo tratando de mediar para evitar males mayores, si
acudimos a la lectura de sus obras y tenemos en cuenta su pensamiento, sus
actividades diarias y su manera de ver la vida. Contamos con el testimonio
directo y apasionado de la crónica escrita por Juan Muñoz Peña en la obrita “Béjar reseña al vapor” (Salamanca,
Establecimiento tipográfico de Oliva, 1868), que no dudó en dedicarla a don
Práxedes Mateo Sagasta. Es fuente imprescindible, es fuente de parte y es
fuente apasionada. No se puede dejar de tener en cuenta como testimonio escrito
y directo, por más que debe tomarse cierta distancia ante ella, a pesar de que
los datos de lo sucedido en Béjar, según distintas fuentes, terminan siendo los
que él describe.
Pero lo que ahora nos preguntamos es qué visión tenían los creadores
contemporáneos de esta revolución. Para ello tenemos que acudir a sus obras y
rastrear las impresiones que nos dejan y detallar las tomas de postura de cada
uno. Para lo que a Béjar específicamente se refiere, tenemos que contentarnos
con analogías y con afirmaciones e imágenes de alcance más general.
La revolución de 1868 se desencadena en unos momentos en los que el
romanticismo literario ha perdido el impulso y la fogosidad de su primera
versión y se ha acomodado en una formulación más íntima y comedida: las huellas
más conocidas de Rosalía o de Bécquer tienen otro tinte distinto al que
destilan las creaciones de Espronceda o de Larra.
Por otra parte, empezaba a tomar cuerpo el desarrollo definitivo de lo
que se iba a conocer como el realismo literario y, con él, el triunfo
definitivo del formato de la novela. Entre estos mimbres generales, que aquí no
se desarrollan, se teje lo que los creadores literarios nos dejan como legado
de la revolución del 68.
Como es fácil de entender, las posturas son diversas y muchas veces
encontradas y opuestas. Así podemos rastrear sensaciones claramente
conservadoras al lado de otras de empuje revolucionario. Nada extraño, por otra
parte. Sucedió lo que ocurre siempre: la vida es confusa, diversa y llena de aristas.
Señalaremos solamente algún ejemplo de diferencias claras entre autores
de más general conocimiento.
GASPAR NUÑEZ DE ARCE (1832-1903)
A ESPAÑA (Soneto)
Roto el respeto, la obediencia rota,
de Dios y de la ley perdido el freno, vas marchando entre lágrimas y cieno, y aire de tempestad tu rostro azota. Ni causa oculta, ni razón ignota busques al mal que te devora el seno; tu iniquidad, como sutil veneno, las fuerzas de tus músculos agota.
No esperes en revuelta sacudida
alcanzar el remedio por tu mano ¡oh sociedad rebelde y corrompida!
Perseguirás la libertad en vano,
que cuando un pueblo la virtud olvida, lleva en sus propios vicios su tirano.
Gritos de combate,
Madrid, 1880
Como se puede ver, la posición es muy clara. Núñez de Arce, no
solo se coloca en contra de la actitud revolucionaria, sino que explicita las
causas y las consecuencias de la misma. El primer cuarteto resume las causas
(“Roto el respeto y la obediencia rota / de Dios y de la ley perdido el
freno”) y señala la situación general negativa de España (“vas marchando
entre lágrimas y cieno
|
/ y aire de tempestad tu rostro azota”). Por encima de todo, las reglas
religiosas; y, a su lado, pero después, las leyes positivas. Se podría
describir de otra manera: ley y orden por encima de todo. Cualquier revolución
implica levantamiento y quebrantamiento del orden establecido. Cuando la
alianza entre la corona y la iglesia es estrecha, suele llevar aparejada la
destitución del poder real. El autor, de corte claramente conservador, no alienta
precisamente el triunfo de la revolución.
Las razones de estos desajustes son, según Núñez de Arce, humanas, y es
en el ser humano en el que hay que hallarlas. La palabra clave es “iniquidad”
y, por tanto, la maldad, la injusticia evidente y grande con capacidad para
“agotar la fuerza de los músculos”, físicos y mentales.
¿No podríamos cargar esa iniquidad en el debe de los dirigentes
políticos, sociales y religiosos? Decididamente no. Si este verso octavo no nos
ofrece concreción total, son los tercetos los que no dejan lugar a la duda. No
se toma “la justicia por tu mano”, ni se controla una comunidad rebelde, pues,
en esa rebeldía lleva incluida la corrupción, de los principios y de las
personas. Y en el último terceto: “cuando un pueblo la virtud olvida, / lleva
en sus propios vicios su tirano”. La virtud nos vuelve a situar en el plano
religioso y moral, no en el del derecho positivo.
De modo que la jerarquización de valores es esta: ley religiosa, respeto
a las leyes. Si se rompe este esquema, el camino y la meta son el caos y la
tiranía. Ley y orden, respeto a lo establecido y conservación. Postura
conservadora ante lo que el poeta veía, pues esta composición es de 1866,
cuando, según el propio Núñez de Arce afirma, “Tú no estuviste ciego. Viste con
claridad y desde muy lejos que no era posible cimentar nada sólido y permanente
en el fango agitado de nuestras costumbres públicas, y estuviste en lo cierto
cuando, en enero de 1866, al estallar los primeros chispazos del incendio que
nos ha consumido exclamaste con previsora indignación.
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