Se acumulan los tropiezos en el Gobierno de España: cien días y ya dos
dimisiones de ministros. Con esta progresión, en seis meses, al Consejo de Ministros
no lo conocerá ni la madre que lo parió. Se repiten los esquemas y, por
comparación y analogía, se producen las mismas consecuencias. De poco sirve que
los matices sean muy diferentes y las cantidades no se asemejen, todo queda en
el imaginario colectivo encuadrado en un esquema similar y equiparable.
La señora Montón, ministra socialista de sanidad, se ha visto obligada a
dimitir y no ha tardado demasiado en hacerlo. Otros ni lo han hecho ni se
espera que lo hagan. No, claro que no, no todos son iguales, a pesar de que los
esquemas se repitan. Así que, a pesar de cargo y de su apellido, políticamente,
se ha convertido en una del montón, en otra más que poner en el palo de la ropa
para disparar contra ella y para lanzarla contra el enemigo.
El asunto, en este caso y en los anteriores, tiene muchas aristas. La
primera seguramente es la de la honestidad. Es verdad que no es buen ejemplo en
un representante público (tampoco en el mundo privado, pero este, por dios, no
tocarlo que tiene patente de corso) eso de acogerse a cualquier beneficio
particular. No tengo conciencia de haber recibido tratos de favor, pero estoy dispuesto
a ser comprensible. Cuántos no habremos recogido alguna vez lo que se nos daba
sin preguntar de dónde venía. “A caballo regalado…” reza el dicho español. No
justifica el hecho, claro que no, pero lo explica y la contextualiza. Otra cosa
diferente es negarse reiteradamente al reconocimiento del fallo, también con el
respaldo de otro dicho de nuestra lengua: “Sostenello y no enmendallo” que
tanto se practica.
Pero hay muchas más perspectivas que conviene no olvidar, aunque parece
como que no existieran o que nadie se atreviera a hincarles el diente del
análisis por miedo tal vez a lo que se huele detrás.
Ahí va una que a mí me parece mucho más importante porque afecta a
muchas más personas. ¿Cuál es la situación de las universidades españolas?
¿Quién controla la tan cacareada autonomía, que se financia con mis impuestos?
¿Hasta dónde debe llegar el control de las mismas? ¿Alguien ha considerado seriamente
la situación en la que nos encontramos, que conduce a que muchos centros
educativos, bajo el paraguas de la libre competencia, se afanen en la
publicidad de todo tipo con tal de conseguir alumnos? ¿A qué nos conduce eso?
Advierto de que el asunto afecta no solo al caso de la ministra o a los otros
conocidos estos meses, que, vistos en esta perspectiva, se quedan en minucia,
sino a millones de personas en todos los niveles educativos.
Una más. ¿Cuál es la línea roja que no podemos permitir traspasar en el
comportamiento individual? Porque lo que afecta a lo público tiene sus límites
claros en el marco legal. Pero parece que no queremos conformarnos con eso y
tratamos de añadir parámetros de comportamiento personal: honestidad,
coherencia, buen ejemplo… ¿Quién pone los límites al comportamiento personal?
Cuidado con los excesos y con los defectos porque, por reducción al absurdo,
nos podríamos encontrar con que tal vez no podríamos ni salir a la calle en
manga corta, por poner un ejemplo ridículo.
Y una más, entre otras tantas que vendrían bien al caso. ¿El beneficio
político de una organización está por encima del reconocimiento o la caída en
desgracia de una persona? Porque, cuando dimiten, casi todos dicen hacerlo (o
eso afirman) no por sus faltas, sino por no causarle males al partido
correspondiente, por no poner mala imagen al proyecto o por no pintar grises en
imagen del líder al que le deben el nombramiento. Aunque solo hubiera parte de
verdad en estas posturas, ¿hasta dónde hay que ceder para no deteriorar la
figura de otros? ¿No responde esto, de nuevo, a una esclavitud y servidumbre al
mundo de la imagen y de la pasarela? ¿No es esta una mayor deshonestidad? ¿En
qué escala de valores nos movemos?
Tengo para mí que hay mucho campo que arar y que lo mejor sería ahondar
en las causas y en los contextos que propician estas conductas. Porque las
causas pueden inducir a muchas personas, por más que los medios se queden en la
postal y en la imagen particular que más apabulla a la masa. Y pienso una vez más
que solo si arrancamos la raíz de las causas podremos estar en camino de
desterrar usos colectivos y particulares. De otro modo, y por más que
escandalicen por unos días, seguirán repitiéndose una y otra vez.
Así que la señora Montón se nos ha hecho otra del montón, aunque su caso
presente otras aristas más “endebles”. Poco importa, la opinión pública se lo
tragará y hará causa común con todo lo demás. Después, al cabo del tiempo, el
sol vuelve a salir, se suceden los días, se repiten las tardes…, y la vida
sigue como si tal cosa.
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