AGUSTÍN DE HIPONA DISEÑA EL ESTADO
Arruinado el imperio más
brillante
por el odio acerado de las armas,
obispo ya Agustín, piensa la
fórmula
de ahormar de nuevo el mundo con
las leyes
que anuncia desde el cielo el
evangelio.
Propone traslación de esos
preceptos,
diseña ministerios, sueña cargos,
organiza un imperio religioso
con nuevo emperador de su
liturgia.
El hombre ha de atender a las
demandas
no solo de las leyes de la
tierra,
sino además también, y sobre
todo,
a las reglas que marca el
evangelio.
Es La ciudad de Dios, es el espejo
de aquello que en el cielo se
imagina
y dará largos frutos en la
tierra:
años, siglos, milenios… los
infiernos
no prevalecerán contra sus
fuerzas.
Platón diseñó todos los
conceptos,
Aristóteles puso magisterio
y Agustín redactó para el futuro
las bases de una iglesia
milenaria
que vivió de la mano del poder,
soñando la llegada de aquel
juicio
de final sin final, apocalíptico.
De la mano de Dios, sigue
pensando,
mientras sueña contar grano por
grano
las arenas del mar. Tal vez en
ellas
encuentre algún lugar en el que
anide
cualquier resto de luz de ese
misterio
que arde y se quema al sol entre
sus sueños.
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