No hace
muchos años, en la época de la guerra fría, cuando el mundo andaba dividido en
dos bloques (tampoco es muy diferente ahora mismo), los países se alineaban
como partidarios de uno de esos bloques. A unos cuantos países, no demasiado
poderosos, se les englobaba en el llamado bloque de los no alineados. Eran
aquellos que no rendían vasallaje ni a una parte ni a otra. En el pecado solían
llevar aparejada la penitencia: les llovían palos por todas partes.
Creo
que es algo que sucede en todos los niveles de la vida: en los globales, en los
de media distancia y en los más cercanos.
Véase,
si no, lo ocurrido con el asunto del relator y con la manifestación de la
derecha política española en Madrid. Buena parte de la opinión publicada se ha
alineado con una de las partes y, sobre todo, ha puesto a la otra a caer de un
burro. Como si la realidad fuera tan simple y las cosas se arreglaran de un
plumazo.
Los que
serenamente argumentan y ven cizaña y brotes verdes en ambas partes se quedan
solos y también reciben golpes en todas las partes del cuerpo.
Me
parece que se puede y se debe ser duro y claro en los conceptos y mucho más
receptivo y relativo en lo personal. En el caso que nos ocupa, hay un aspecto
en el que esto que digo creo que se manifiesta con nitidez. Se han dejado oír
con claridad algunos de los llamados barones del PSOE y algunos de los antiguos
dirigentes del mismo. Pues la que les ha caído encima por parte de los
opinadores en redes sociales es casi como si lloviera el diluvio. Lo peor es
que se hace con descalificaciones absolutas, personales y llenas de odio, sin
argumentar y solamente dejando correr el río de las aguas fecales. Por parte de
gente de la derecha, de esos que hace nada también los mandaban a las penas del
infierno, ahora se oyen alabanzas y sugerencias para que se les haga caso y se
les tenga en cuenta. Para que el sainete se convirtiera en astracanada, alguno
de esos barones, con ironía indisimulada, ha dejado correr la crítica
inmisericorde contra el presidente del Gobierno, que no ha hecho otra cosa que
un intento -a mi juicio desafortunado- de arreglo de un conflicto social y
político.
En
medio de todo este guirigay, ¿qué les queda a los que aspiran a la serenidad y
a la jerarquización de las ideas, a ver la luna y no solo el dedo, a separar el
grano de la paja, a pensar y a tratar de ver luz en un túnel que se ve largo y
casi sin posible salida? Tal vez tan solo seguir poniendo la otra mejilla,
sabiendo que en su superficie aspira a lucir la luz de la razón, de la serenidad
y el equilibrio sin renunciar a exponer lo que crean básico y de mayor alcance.
Y a todos nos vendría bien serenar la testosterona, mirar al horizonte y ver
algo de luz. Esta nos ha de llegar, si es que llega, de la buena voluntad, de
la lealtad, de la solidaridad y de la convicción de que siempre es mejor una
mano abierta para el más necesitado que un puño cerrado con nuestras verdades
absolutas en bandolera. Este asunto, como tantos otros, tiene dos caminos
diferentes: el legal, y el moral y ético. El legal parece claro y hay que
dejarlo sustanciar en los juzgados. El moral nos debería llevar a considerar
las voluntades encontradas y a la necesidad de entender que darse un abrazo es
más productivo que llamarnos de todo para no conseguir más que distancias y
mala leche.
Qué
cansino es predicar en el desierto.
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