Entre las propiedades que posee
el signo lingüístico se halla el de la doble cara de significante y significado.
Ese signo, la palabra, es el camino mejor desbrozado para la comunicación entre
los seres humanos. Hacerle caso, pues, debería resultar de suma importancia.
Como se sabe, el significante hace referencia a la forma externa, a los sonidos
y fonemas, a su arbitrariedad, a su relación… El significado tiene que ver con
el contenido del mismo, con la sustancia significativa. Luego hay que añadirle
todo el mundo de las connotaciones, de las que va cargándoles la historia, las
relaciones con otras palabras y todo un cúmulo de variantes más.
Pues, a pesar del cuidado que
exigen ambas partes, siempre quedan resquicios de imprecisión y de pobreza, que
nos sitúan en la necesidad de echarle buena voluntad a todas nuestras
relaciones, si queremos que no nos hundan en la miseria.
Es el caso que anda el patio
revuelto porque el Gobierno español parece que ha pactado con el de la
Generalitat un “relator” para que ¿convoque?, ¿coordine?, ¿medie?, ¿redacte?,
¿relate? lo que suceda en las reuniones entre ambas partes. ¿Está esto justificado?
Lo esté o no lo esté, nada justifica las reacciones del líder del PP, que se ha
soltado la lengua en una serie interminable de improperios y de descalificaciones
contra el presidente del Gobierno. Así que dejemos esa parte por imposible y
vayamos a lo del relator.
¿A alguien le puede molestar que
se relate un hecho? Se hará, se quiera o no se quiera. Tal vez, entonces,
pensemos que lo que se busca es la mano y la mente de una persona que no dé
lugar al partidismo ni a la interpretación sesgada e interesada. Hasta ahí,
venga. Ya es poco fiarse de la capacidad de las personas que se reúnen, pero
sea.
¿Alguien tiene todavía dudas de
lo que defiende cada una de las partes? Pero si las posturas están clarísimas y
son repetidas todos los días. ¿Qué coño hay que relatar? Pero, por si aún
quedaran dudas, venga el relator y cuéntelo una vez más.
¿Y al día siguiente, qué? Pues, o
alguno ha cambiado de postura, o estaremos en el mismo punto de salida. ¿No será,
entonces, que se busca algo más? ¿Qué puede ser eso? Y aquí entra en juego el
significado del principio. ¿Alguno se cree que los independentistas se quedarán
tranquilos con que alguien redacte a su modo unas páginas que recojan lo que se
ha dicho o acordado? Pero si nos lo sabemos todos.
Aquí no se busca poner negro
sobre blanco lo que todo el mundo conoce, ni tampoco mediar para que dos
enfadados echen pelillos a la mar y se tomen una cerveza juntos. Ojalá fuera
eso. Aquí se trata de colar de rondón en esta palabra el significado de
mediador de tal manera que sirva y surta efectos y se haga real ese principio
de mediación. O sea, que se reconoce un conflicto entre dos entidades en pie de
igualdad, con la misma categoría política y con los mismos derechos y
obligaciones. Dicho de otra forma, se cuela el reconocimiento de dos Estados
diferentes que se hallan en conflicto. Y todo ello sin que se trate de ninguna
situación de opresión, ni de falta de democracia, ni nada que se le parezca. Al
principio se deja oír el runrún y, en la siguiente ocasión, ya se invoca ese
reconocimiento. Con otras palabras, se abre la posibilidad de que otros
terceros encuentren ya establecido ese resquicio entre los propios contendientes.
Y, de esa manera, ya el camino es siempre cuesta abajo.
Por eso, a mí me parece el asunto
de importancia capital y creo que habría que andar con pies de plomo; sobre
todo cuando se representa a tanta gente.
Es verdad que los conflictos hay
que atacarlos para intentar solucionarlos. Porque las realidades no se pueden
ni se deben ignorar. A la democracia habrá que atacarla con más democracia, con
más palabra, con más relato de regiones ricas y regiones pobres, con más
convencimiento moral de que es el rico el que se quiere ir de la mesa del pobre,
con más repaso histórico de lo que han supuesto siempre los nacionalismos… Tampoco
tengo soluciones ni quiero poner palos en la rueda de quien las intenta. Pero
no sé si con eso del relator no vamos a perder aún más el dominio del relato, ese del que tan claramente se han apoderado los independentistas. No me gusta que nos hagamos trampas al solitario. De todos modos, si nos las hacemos, por lo
menos que sepamos que nos las estamos haciendo.
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