jueves, 7 de febrero de 2019

EL RELATO Y EL RELATOR



Entre las propiedades que posee el signo lingüístico se halla el de la doble cara de significante y significado. Ese signo, la palabra, es el camino mejor desbrozado para la comunicación entre los seres humanos. Hacerle caso, pues, debería resultar de suma importancia. Como se sabe, el significante hace referencia a la forma externa, a los sonidos y fonemas, a su arbitrariedad, a su relación… El significado tiene que ver con el contenido del mismo, con la sustancia significativa. Luego hay que añadirle todo el mundo de las connotaciones, de las que va cargándoles la historia, las relaciones con otras palabras y todo un cúmulo de variantes más.
Pues, a pesar del cuidado que exigen ambas partes, siempre quedan resquicios de imprecisión y de pobreza, que nos sitúan en la necesidad de echarle buena voluntad a todas nuestras relaciones, si queremos que no nos hundan en la miseria.
Es el caso que anda el patio revuelto porque el Gobierno español parece que ha pactado con el de la Generalitat un “relator” para que ¿convoque?, ¿coordine?, ¿medie?, ¿redacte?, ¿relate? lo que suceda en las reuniones entre ambas partes. ¿Está esto justificado? Lo esté o no lo esté, nada justifica las reacciones del líder del PP, que se ha soltado la lengua en una serie interminable de improperios y de descalificaciones contra el presidente del Gobierno. Así que dejemos esa parte por imposible y vayamos a lo del relator.
¿A alguien le puede molestar que se relate un hecho? Se hará, se quiera o no se quiera. Tal vez, entonces, pensemos que lo que se busca es la mano y la mente de una persona que no dé lugar al partidismo ni a la interpretación sesgada e interesada. Hasta ahí, venga. Ya es poco fiarse de la capacidad de las personas que se reúnen, pero sea.
¿Alguien tiene todavía dudas de lo que defiende cada una de las partes? Pero si las posturas están clarísimas y son repetidas todos los días. ¿Qué coño hay que relatar? Pero, por si aún quedaran dudas, venga el relator y cuéntelo una vez más.
¿Y al día siguiente, qué? Pues, o alguno ha cambiado de postura, o estaremos en el mismo punto de salida. ¿No será, entonces, que se busca algo más? ¿Qué puede ser eso? Y aquí entra en juego el significado del principio. ¿Alguno se cree que los independentistas se quedarán tranquilos con que alguien redacte a su modo unas páginas que recojan lo que se ha dicho o acordado? Pero si nos lo sabemos todos.
Aquí no se busca poner negro sobre blanco lo que todo el mundo conoce, ni tampoco mediar para que dos enfadados echen pelillos a la mar y se tomen una cerveza juntos. Ojalá fuera eso. Aquí se trata de colar de rondón en esta palabra el significado de mediador de tal manera que sirva y surta efectos y se haga real ese principio de mediación. O sea, que se reconoce un conflicto entre dos entidades en pie de igualdad, con la misma categoría política y con los mismos derechos y obligaciones. Dicho de otra forma, se cuela el reconocimiento de dos Estados diferentes que se hallan en conflicto. Y todo ello sin que se trate de ninguna situación de opresión, ni de falta de democracia, ni nada que se le parezca. Al principio se deja oír el runrún y, en la siguiente ocasión, ya se invoca ese reconocimiento. Con otras palabras, se abre la posibilidad de que otros terceros encuentren ya establecido ese resquicio entre los propios contendientes. Y, de esa manera, ya el camino es siempre cuesta abajo.
Por eso, a mí me parece el asunto de importancia capital y creo que habría que andar con pies de plomo; sobre todo cuando se representa a tanta gente.
Es verdad que los conflictos hay que atacarlos para intentar solucionarlos. Porque las realidades no se pueden ni se deben ignorar. A la democracia habrá que atacarla con más democracia, con más palabra, con más relato de regiones ricas y regiones pobres, con más convencimiento moral de que es el rico el que se quiere ir de la mesa del pobre, con más repaso histórico de lo que han supuesto siempre los nacionalismos… Tampoco tengo soluciones ni quiero poner palos en la rueda de quien las intenta. Pero no sé si con eso del relator no vamos a perder aún más el dominio del relato, ese  del que tan claramente se han apoderado los independentistas. No me gusta que nos hagamos trampas al solitario. De todos modos, si nos las hacemos, por lo menos que sepamos que nos las estamos haciendo.

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