martes, 26 de febrero de 2019

¿DESTINADOS O CONDICIONADOS?


        
Uno de los elementos que más contribuyeron a la separación entre católicos y protestantes, allá por el siglo dieciséis, fue el asunto de la predestinación, aunque no fue el único. En términos generales, afirma la doctrina protestante que el ser humano, en su trayecto vital y eterno, está predestinado y nada puede hacer para torcer ese camino previsto. Algo así se describía en el mundo clásico de Grecia y Roma con aquello del fatum, esa fuerza misteriosa y fatal que siempre terminaba por llevarse el gato al agua, a pesar de todos los esfuerzos, incluso a contrapelo de los dioses.
Esta lucha teórica entre lo determinado, o predestinado, y la libertad de elección en el ser humano para imponer su decisión y tratar así de cambiar el rumbo de las cosas sigue en activo y con fuerza creciente.
Lo mejor, tal vez, para entenderlo un poco mejor y bajarse de las alturas, es visualizarlo en asuntos del por menor, del día a día, de eso que nos afecta a todos y que nos espera en cualquier momento. Por ejemplo, ¿está predestinado que yo, en el día equis, me levante y me eche a la calle, o puedo decidir quedarme en casa, ese mismo día? Parece casi una tomadura de pelo así planteado. Pues tiene más enjundia de la que parece.
Por supuesto que, ejerciendo mi libre albedrío, yo puedo decidir quedarme en casa o salir a la calle. Menos lobos. Para que no me quede en casa tienen que cumplirse algunos requisitos que, de no formalizarse, al menos me dificultarían, si no me imposibilitarían, salir. Tales como estar abrigado, tener movilidad, desearlo, que nadie me lo prohíba, tener un sitio adonde ir, y mil elementos más. Otro tanto se podría argumentar para la decisión de quedarse en casa. Y así con cualquier otro hecho.
¿Hasta dónde llegan esos elementos que me condicionan? ¿Cuáles son sus límites? ¿Cuál es el dominio y el poder de mi voluntad? Tal vez -y sigo la lectura de Adela Cortina- confundimos los condicionamientos con las determinaciones y la predestinación.
Que estamos condicionados por las circunstancias parece que no admite demasiada discusión. Que nuestra vida es una secuencia interminable de movimientos en ellas resulta evidente. Hasta tal punto lo es, que uno termina por perder la perspectiva de que seguramente hay algo más que esas circunstancias y ese contexto. Pero uno querría negarse a admitir un último principio y final prefijados en el que apenas nos queda otra cosa que dejarnos llevar por esa evidencia.
No sé qué diría Nietzche en estas circunstancias, pero sospecho que es aquí donde se desharía de Dios y agrandaría la fuerza de voluntad para crear al superhombre.
La Historia nos enseña que los dioses van rotando y van tomando disfraces diferentes. Hoy apuntan hacia elementos técnicos que nos apabullan con su presencia y con sus atractivos. ¿Qué nos queda ante ellos? Tal vez, en primer lugar, el reconocimiento de que nos condicionan en casi todo. Y, con toda certeza, a partir de ahí, alzarnos con la voluntad de edificar nuestro propio recorrido en libertad vigilada, pero con la mano levantada, reclamando nuestro trocito de elección y de sentirnos dueños de nuestras propias decisiones. Vamos a tener que convocar pleno de nuestra asociación Libre Albedrío para seguir dándole vueltas a este asunto.

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