viernes, 15 de febrero de 2019

UNA ESCALA DE VALORES



Siempre he defendido que ordenar y jerarquizar -por sospechosa que resulte esta palabra- resulta fundamental para la actuación diaria en un esquema ético y moral. Lo hago desde la comprobación de que nada hay totalmente blanco ni negro y porque todo tiene matices. Se impone casi siempre elegir lo menos malo y lo más importante, aunque sea en detrimento de otras posibilidades, que tal vez tengan que esperar mejor ocasión. Porque todo, sencillamente, no se puede abarcar y no se puede llegar a todo.
Oí ayer unas declaraciones de Oriol Junqueras, dirigente independentista catalán procesado, que me llamaron la atención y que creo que se ajustan bien a la idea que encabeza estas líneas. Eran -espero que casi literalmente- estas: Antes que independentista soy republicano, antes que republicano soy demócrata, y antes que demócrata soy buena persona. Clavadito me dejó en mis pensamientos, porque creo que dio en la diana de lo que es ordenar unas ideas y tener un plan de vida y de actuación.
Es claro que no comparto con él las ideas independentistas. Por mil razones que aquí y ahora no interesan. Pero creo que con una persona así hay que intentarlo casi todo, porque posee ideas claras y se conduce, si es verdad lo que dice -y yo no tengo por qué dudarlo-, con una escala de valores bien organizada, que pone cada cosa en su lugar.
Ordenémoslo en sentido contrario y en forma de preeminencia: primero buena persona, después demócrata, después republicano y en último lugar independentista. ¿Se puede ser todo a la vez? ¿Y por qué no? Pero sabiendo que, si hay que dejar algo por el camino, eso tiene que ser lo último en la escala.
Alguno argumentará -si es que queda tiempo para argumentaciones- que cómo se come eso de ser buena persona. Y tal vez no le faltará parte de razón. Pero habría que recordarle que, ante el reconocimiento de lo inútil de la verdad absoluta, lo que mantiene el tipo y el espíritu limpios es precisamente el ambiente de la bondad y de la buena voluntad, una bondad que tiene que ampararse no en la indigencia mental ni en la estulticia, sino precisamente en el razonamiento y en la comprobación y aceptación de los grises y de los matices que todo asunto posee. Por eso precisamente termina por resultar lo más consistente y duradero. Si logramos entender la necesidad de esa buena voluntad compartida, lo demás se hará sin duda más sencillo y armonioso. Y nada tal vez debe estar por encima del deseo de concordia y de un mínimo que asegure una convivencia real y hasta placentera. ¿Qué valor puede haber por encima de ese? He de confesar que es en este momento del proceso mental cuando no me pega ni con cola el asunto ese del independentismo.
Pero, para que nadie se confunda, en el juicio en el que se sienta como acusado no se juzgan ni la bondad ni la buena voluntad, sino hechos probados o no probados sujetos a preceptos legales. La justicia es así de dura y de reduccionista. Dura lex, sed lex. Ya desde los romanos.
No perdamos, sin embargo, la perspectiva de esa necesidad de una escala de valores y de la jerarquización que precisan estos. No la perdamos ni unos ni otros. En este asunto y en todos.

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