Siempre
he defendido que ordenar y jerarquizar -por sospechosa que resulte esta
palabra- resulta fundamental para la actuación diaria en un esquema ético y
moral. Lo hago desde la comprobación de que nada hay totalmente blanco ni negro
y porque todo tiene matices. Se impone casi siempre elegir lo menos malo y lo
más importante, aunque sea en detrimento de otras posibilidades, que tal vez
tengan que esperar mejor ocasión. Porque todo, sencillamente, no se puede
abarcar y no se puede llegar a todo.
Oí ayer
unas declaraciones de Oriol Junqueras, dirigente independentista catalán
procesado, que me llamaron la atención y que creo que se ajustan bien a la idea
que encabeza estas líneas. Eran -espero que casi literalmente- estas: Antes que
independentista soy republicano, antes que republicano soy demócrata, y antes
que demócrata soy buena persona. Clavadito me dejó en mis pensamientos, porque
creo que dio en la diana de lo que es ordenar unas ideas y tener un plan de
vida y de actuación.
Es
claro que no comparto con él las ideas independentistas. Por mil razones que
aquí y ahora no interesan. Pero creo que con una persona así hay que intentarlo
casi todo, porque posee ideas claras y se conduce, si es verdad lo que dice -y
yo no tengo por qué dudarlo-, con una escala de valores bien organizada, que
pone cada cosa en su lugar.
Ordenémoslo
en sentido contrario y en forma de preeminencia: primero buena persona, después
demócrata, después republicano y en último lugar independentista. ¿Se puede ser
todo a la vez? ¿Y por qué no? Pero sabiendo que, si hay que dejar algo por el
camino, eso tiene que ser lo último en la escala.
Alguno
argumentará -si es que queda tiempo para argumentaciones- que cómo se come eso
de ser buena persona. Y tal vez no le faltará parte de razón. Pero habría que
recordarle que, ante el reconocimiento de lo inútil de la verdad absoluta, lo
que mantiene el tipo y el espíritu limpios es precisamente el ambiente de la
bondad y de la buena voluntad, una bondad que tiene que ampararse no en la
indigencia mental ni en la estulticia, sino precisamente en el razonamiento y
en la comprobación y aceptación de los grises y de los matices que todo asunto
posee. Por eso precisamente termina por resultar lo más consistente y duradero.
Si logramos entender la necesidad de esa buena voluntad compartida, lo demás se
hará sin duda más sencillo y armonioso. Y nada tal vez debe estar por encima
del deseo de concordia y de un mínimo que asegure una convivencia real y hasta
placentera. ¿Qué valor puede haber por encima de ese? He de confesar que es en
este momento del proceso mental cuando no me pega ni con cola el asunto ese del
independentismo.
Pero,
para que nadie se confunda, en el juicio en el que se sienta como acusado no se
juzgan ni la bondad ni la buena voluntad, sino hechos probados o no probados
sujetos a preceptos legales. La justicia es así de dura y de reduccionista.
Dura lex, sed lex. Ya desde los romanos.
No
perdamos, sin embargo, la perspectiva de esa necesidad de una escala de valores
y de la jerarquización que precisan estos. No la perdamos ni unos ni otros. En
este asunto y en todos.
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