Que todo lo que sucede tenga sus causas no significa que las
conozcamos. Pero podemos adoptar dos posturas: olvidarnos de ellas y actuar
como si no nos interesaran, o preocuparnos por hallarlas, darles sentido y
cargarnos con la conciencia de lo que está sucediendo. Con la primera actitud
nos acercamos al comportamiento animal del impulso y el instinto; con la
segunda nos situamos en un nivel superior, más reflexivo y humano, lo que no
quiere decir que resulte más agradable.
Pues que hoy me preguntaba yo por las razones de mi último
viaje por tierras de Grecia. Tal vez uno vaya tan lejos por pura inercia,
porque alguien le ha preparado un viaje de esos que organiza no sé quién,
porque acaso no está mal cambiar de ambiente en espacio y tiempo, porque la
actualidad “obliga” a moverse y a conocer lugares distintos a los cotidianos,
porque la vida no es más que un viaje corto… Qué sé yo. Seguramente los motivos
sean todos estos y muchos otros que se podrían sumar a la lista.
En este caso existe otra razón poderosa que se circunscribe
al ámbito personal y que tinta todos los demás. En mi imaginario había ido
tomando forma durante casi toda una vida un mundo diverso y lejano procedente
de las lecturas y estudios acerca del mundo helénico y todo lo que de simbólico
había ido creciendo en mi mente. A lo largo de mi vida, habían ido pasando
muchas imágenes por un escenario figurado. Había sido solo imaginado y no
percibido en espacio real.
Por este motivo, cuando se me propuso -y se me dio preparado,
gracias al trabajo de mi hermana Fide- un viaje de ocho días por tierras de Grecia,
mi imaginación voló enseguida a todo lo que dormía en mi conciencia en sueño
indefinido. De manera alborotada empezaron a visitarme mitos, dioses, guerras y
batallas, imperios, autores literarios, filósofos, médicos, matemáticos, astrónomos,
cínicos, sofistas, oradores, criterios morales, democracia, conceptos sociales…
El mundo entero se me vino en forma de tormenta y yo me dejé empapar por todo
lo que guardaba escondido y en silencio. Y qué bien caía la lluvia en mi
conciencia. Mis libros parecía que andaban revueltos y como revoloteando por mi
casa.
Aquí sí que había causas suficientes e importantes para
dejarse ir y levantar el vuelo; el de la imaginación, el de la razón y el del
avión que debía dejarnos en Atenas.
Había visitado en dos ocasiones anteriores el noreste del país
helénico con alguno de mis amigos. Lo había hecho al territorio religioso de Athos,
esa península aislada del mundo en la que se asientan unas decenas de monasterios
ortodoxos que parecen guardar las esencias del rigorismo de esta iglesia. Esta
vez iba a conocer los lugares de los mitos, de la protohistoria y de aquel período
clásico que forjó los pilares de la civilización occidental en la que vivo y
vivimos. Se trataba de poner cara a ese paso fantástico que va del caos al
mito, de este a los dioses y de este a la razón. Y todo en ese territorio que
baña el Mediterráneo en el sureste del viejo continente.
Lo demás es ya historia, la Historia, nuestra historia y
nuestras historias.
Con este contexto inicié el viaje y en este procuré
mantenerlo. No es fácil cuando se realiza en grupo y las sensibilidades son tan
diversas. Pero del desarrollo acaso se dará cuenta otro día.
1 comentario:
Eso, eso.... Desarrolla.
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