Con frecuencia presumo de
las calificaciones de mi nieta Sara, que ya va a cumplir el ciclo completo de
la educación primaria. A veces hasta me imagino que el colegio debería hacerle
algún homenaje final en su despedida: es muy probable que termine sin ninguna nota que no sea
sobresaliente. Lo hacía también hace pocos días, en un paseo en amena charla
con una profesora de niños de seis años.
Mientras tanto, ella
defendía que no deberían ser calificados con suspensos y aprobados los alumnos
menores de doce años. Algo similar he pedido yo mismo en muchas ocasiones. Las razones
son muy diversas, pero la más importante tiene que ver con todo lo que supone
hacer clasificaciones y apartados entre niños que tienen una edad en la que
nada hay más importante que la socialización y el valor de la convivencia entre
personas de diferentes capacidades. Y diferentes significa exactamente eso:
“diferentes”, no mejores ni peores, pues cada cual tiene las suyas y el trabajo
del educador debería consistir precisamente en descubrirlas y en potenciarlas.
Con hacer llegar a los padres el sentido de la tendencia del niño o de la niña
y apuntar elementos y campos de mejora tendríamos que tener suficiente.
Empiezan estos días las
clases del último trimestre del curso. Lo hacen en las mismas condiciones
precarias en las que se han venido desarrollando desde hace ya más de un año. A
los profesores -esos otros héroes que también han dado el do de pecho en
primera línea, durante la pandemia- habrá que pedirles sencillamente que
desarrollen su trabajo con la mejor voluntad y con la conciencia tranquila de
llegar hasta donde buenamente puedan, que será muy lejos. Y otro tanto a los
alumnos. Siempre con la mano tendida y abriendo puertas al desarrollo de sus
cualidades; de las de todos, pues todos tienen las suyas. Lejos de esas
clasificaciones en buenos y malos, en brillantes y mediocres, en sobresalientes
y suspensos.
Hay una curva de
exigencia en los profesores que suele llevar, a lo largo del tiempo, de
comparecer como un Sancho el Bravo, para pasar a un Sancho el Fuerte, descender a Sancho el Bueno, y terminar
siendo un Sancho Panza. En exigencias (para el alumno y para el profesor),
entre Sancho el Bravo y Sancho el Fuerte. Para las notas clasificatorias, mejor entre Sancho el Bueno y Sancho Panza.
Ah, y todo esto sin
renunciar al orgullo de abuelete con nieta brillante, tanto en notas como en
iniciativas de todo tipo.
1 comentario:
Enhorabuena por las notas de tu nieta. Creo que las notas deberían calificarse en grupo, eso haría que los grupos se estimularán para conseguir objetivos.Hay gente que no está de acuerdo porque piensan que solo trabajarían unos cuantos, y los demás chuparían del bote. Creo que a estas alturas el alumno que sobresale todos sabemos que destaca siempre sobre los demás sin necesidad de calificaciones, esto, estaría más de acuerdo con la forma en que trabajaríamos mejor cuando nos enfrentaremos en el trabajo en la vida real.
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