Aniversario de la proclamación
de la República. En este país creo que se sigue acudiendo a su recuerdo con el
empuje de los sentimientos más que con el de la razón. Lo justifica el hecho de
la guerra civil y de la interminable dictadura posterior. La guerra dejó
demasiado dolor y la dictadura no hizo más que alargarlo hasta la desesperación.
A día de hoy, demasiadas
referencias siguen siendo emocionales más que racionales y, en ese contexto, se
simplifican enseguida las opiniones. Muchas personas siguen teniendo como
imagen más próxima la de algún familiar represaliado y han vivido en primera
persona las condiciones de la dictadura posterior.
Sigo pensando que sería más
constructiva, consistente y duradera la opinión que se basara en el razonamiento
sereno, en el significado de cada régimen, en sus posibles ventajas e
inconvenientes, en las implicaciones generales que comporta cada uno y, en
definitiva, en la conveniencia de adoptar uno y otro para una mejor
convivencia.
Y nunca plantearlo en términos
de enfrentamiento acalorado e incluso de fuerza física. La defensa de la república
como régimen político de convivencia (al que me apunto también sin vacilaciones)
no debería comportar ninguna exclusión absoluta de aquellos que opinen razonablemente
a favor de la monarquía. Y tampoco al revés. En ese intercambio de pareceres
habría que incluir elementos de tipo conceptual, histórico, social, económico… Esa
sería una buena forma de intentar convencer a los que piensan de otra forma, con
serenidad, sin acritud, sin alteración.
No resulta sencillo esto
en la piel de toro, por los antecedentes y los elementos que se conservan en la
memoria de tantos. De una parte y de otra. Pero, a pesar de todo, el peso de lo
racional tendría que empezar a ser ya superior al de lo emocional. Han pasado muchos
años, aunque las consecuencias sigan paseando por las calles.
Pues eso, repásese la Historia,
la reciente y la más lejana; analícense las distintas variables con serenidad y
con altura de miras; propónganse las alternativas que se crean convenientes sin
que nadie se escandalice; discútanse las distintas razones aportadas; y tómense
las decisiones que tranquilamente acuerde la mayoría.
Creo que se puede
entender la intensidad emocional con la que muchos defienden una postura u otra
en este país, pero todos tendremos que prestar un esfuerzo para bajar el diapasón
de la música de las emociones y dar paso a la fuerza de los razonamientos. Tengo
la impresión de que las posturas de unos y de otros ganarían en fuerza. Y, lo
que es más importante, ganaríamos todos.
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