martes, 13 de abril de 2021

CONOCER-AMAR // AMAR-CONOCER

 

 CONOCER-AMAR // AMAR-CONOCER

La curiosidad mantiene con vida al ser humano. Es tal vez la presencia de la curiosidad lo que más nos separa del resto de los animales. Cuando se desvanece el empuje de la curiosidad, la vida empieza a perder pasión y sentido.

Se trata de un nivel superior, de un escalón más alto que aquel impulso ciego que impele a mantener la vida y a prolongarla en la medida que nos sea posible. La fuerza y el empeño en la supervivencia sigue siendo para mí un último misterio que no acierto a descifrar pero que me subyuga. ¿Qué es lo que impulsa a un árbol a revivir cada primavera? Se me dirá que se trata simplemente del cumplimiento de unas leyes químicas. Vale. ¿Y el aliento para esas leyes químicas? ¿O acaso existen desde siempre? ¿Por qué un ser vivo se agarra con todas sus fuerzas a la vida, si sabe que existen unas leyes que le van a impedir continuar en ella?

Pero decía que la curiosidad está en un peldaño superior, pues implica un deseo consciente de acercarse a nuevas experiencias. Y esa consciencia tiene entre sus componentes el de la voluntad. De modo que nos embarcamos en una singladura -esta dura toda la vida y no solo una jornada- en la que se va aumentando el caudal de nuestros conocimientos a medida que vamos dando satisfacción a nuestra curiosidad.

Cuando el conocimiento se focaliza en un asunto, entonces se suele producir el nacimiento y el crecimiento del amor hacia ese asunto, idea, persona.... Si así fuera, podríamos afirmar que se cumple la secuencia conocer para amar. Un amor seguramente sólido y duradero, conseguido paso a paso y descubrimiento a descubrimiento.

Existe otro camino que invierte los procesos. Sería aquel que parte del amor, para conocer algo. Ahora el proceso sería este: amar para conocer. O para conocer más y mejor, desde una predisposición anímica favorable.

El primero apunta más al dominio de la razón sobre el corazón; el segundo hace prevalecer el sentimiento del amor sobre la razón.

¿Cuál de los dos es más ‘humano’? ¿Y si los sumamos en el mismo intento? Tal vez un ‘científico’ prefiera la primera ecuación: conocer para amar. Acaso un ‘religioso’ se apunte a la segunda: amar para conocer.

El ser humano anda intentando conjugar ambos elementos. La suma, sea cual sea el orden de los sumandos, termina dando un resultado muy positivo: el de una vida intensa y provechosa, con idas y venidas, con dudas y certezas, con ánimos y desánimos.

No será malo traer a la práctica aquellas palabras de Unamuno: “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”.

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