Vivir es un festín descontrolado, que deja sus destellos entre dos rayos que se hunden en los hondos abismos de la noche. Y nada más, que no es poco. Ni mucho; sencillamente es. En ese sentimiento de no poder hacer nada que mueva esos límites temporales, tal vez uno ocupe demasiado tiempo en la sorpresa, en la obnubilación, en ese sobrecogimiento que te deja sin fuerzas de reacción.
Y, sin embargo, lo que queda es poner en orden ese trocito de tiempo, violarlo densamente para sentirlo propio y para, durante algunos ratos, actuar como un dios menor. ¿Hacia dónde ordenar ese trayecto? ¿Acaso tiene fin fuera de sí mismo? Si tiene finalidad más lejos de sí mismo, ¿cómo se enlaza con esos otros tiempos, en plano de igualdad o de desigualdad? ¿Qué función le corresponde al ser humano en esa regulación del tiempo que le ha sido concedido vivir? ¿Por qué, si no es posible dar una respuesta segura, no se lanza el ser humano a ser dueño de su vida con toda la energía y con todas las consecuencias? ¿No es esta la mejor manera de hacerse humano, sencillamente humano?
Porque algo sí parece seguro: la vida es lo primero de aquello con lo que cuenta el ser humano. Tal vez sea además lo único. Y todo esto pensando y sin pensar, con cogito ergo sum o con sum ergo cogito, con la sabiduría por bando o con la torpeza encima de su espalda, con la fuerza de la ciencia o con el empuje de la fe en lo que no puede controlar. No parece pues que haya nada que impida que el ser humano se concentre en gozar la vida, en violar la vida, en entender que se ha hecho precisamente para él, para que la ordene con el fin de que le sirva de beneficio a sí mismo y a sus semejantes. Incluso en el caso de que la vida particular fuera un regalo, es difícil entender que se haya hecho para que deje de ser un regalo en beneficio del favorecido.
De este modo, será bueno pensar que el mundo se ha hecho para que yo lo goce, para que yo lo admire, para que yo lo devore, para que yo lo mime, para que yo lo viole, para que yo lo ame y lo odie al mismo tiempo. Y los cielos y las tormentas se producen para que yo me empape con sus gotas, y los bellos cuerpos para que yo los contemple, y los cuerpos ajados para que yo compruebe el paso de los días, y la sonrisa de los niños para que yo me emocione con ella cada día, y sus lloros para que yo me conmueva y me rebele, y los fríos para que yo sienta lo hermoso de la ropa pegada a mi cuerpo, y los calores para que yo regale mi cuerpo desnudo al sol y al aire, y todo lo que pasa para que yo lo aprese y lo haga migas en mis manos y en mis carnes.
Y llegará la tarde, y volverá la noche, y el tiempo se cerrará, y yo lo haré con él, y el paréntesis se sentirá más denso, y girarán las lunas, y avanzarán los sistemas, y acaso las galaxias se vestirán de fiesta… Y yo no sé qué quedará de mi energía entre sus tules ni qué de mi recuerdo en sus recuerdos.
1 comentario:
Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:
¿Quedará algo
de aquella estrella
que contemplaba?.
Saludos.
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