Yo mismo me he sorprendido marcando en el frontis el guarismo -08. Y me he equivocado. Hay cambio de mes. Pero es que, además, el cielo anda gris y las nubes lloran a ratos desde hace un par de días. Por si fuera poco, hoy se han ajustado los horarios a la luz y mucha gente se ha levantado a horas desacostumbradas y casi intempestivas, las calles se han llenado de ruidos y de voces y las aceras han cogido la peste con piernas y con bolsos.
Ha llegado septiembre y esta vez parece que ha llegado para quedarse. Como el Papa en este país, que no es que no se fuera, es que se quedó para mucho tiempo disfrazado de clase de religión a destiempo, concordatos antediluvianos, prepotencias a gogó, quejas provocadoras de persecución y otras zarandajas no menores.
En esta ciudad pequeña y estrecha (las estrecheces pueden ser físicas y mentales) en la que habito, hay datos que indican que se acercan fiestas locales, de esas de fiestas de recogida de productos, aquí disfrazados de fiestas de vírgenes aparecidas en castaños que generan novenarios, corridas de toros, verbenas y misas al por mayor.
Y en toda la calle central del parque municipal (“Vengamos a lo de aquí”) me han plantado desde hace algunos días todo carrusel de toldos que privan del paseo y del disfrute del jardín a todos los que a diario se acercan por allí. Lo harán durante tres semanas: la previa a las fiestas, la posterior, que se dedica a algo así como a la semana de la tapa, y los días que le cuelguen antes y después.
Yo soy -ahora más que antes- usuario de este espacio libre que ocupa el centro de la ciudad, y sé muy bien el servicio que presta y a qué tipo de personas le sirve más. Tengo que suponer que el Ayuntamiento ha pensado en que esta ubicación es la más provechosa y que no la habrá decidido por capricho, a pesar de que la experiencia no me avala precisamente esta opinión. Lo que no tengo tan claro es si han tenido en cuenta algún parámetro más que el de los resultados económicos para tomar esa decisión. Cada día estoy más convencido de que hay todo un sector de población, influyente social y políticamente, para la que -lo voy a resumir una vez más- todo lo que no sean cuentas son cuentos. Estamos asistiendo en los últimos días a un ejemplo escandaloso con la decisión de llevar al texto constitucional el sometimiento de toda actividad política e ideológica a la cuenta de resultados, a convertir la acción política en una simple administración de bienes en apartados intocables, o sea, en una actividad que va dedicada en toda su intensidad a mantener la situación como ya está, favoreciendo a quien ya favorece. Y, si esto lo vemos en los que rigen los destinos de la comunidad grande, qué podemos esperar de los que rigen las comunidades más pequeñas, algunos con preparación demasiado escasa, por ser benevolentes y eufemísticos.
Lo diré de manera más elemental: entre favorecer la semana de la tapa y atender a la holgura y a la comodidad que se les ofrece a tantas y tantas personas, sobre todo de las más necesitadas en lo que a físico se refiere, no está tan claro que haya que atender antes a la semana de la tapa que a los paseos y charlas de las personas mayores, tan abundantes por aquí.
Ya sé que la comodidad no cotiza en bolsa directamente, y que no hace subir ni bajar el PIB; ni siquiera el POB. Qué pena. Pero tal vez sí hace subir la estima y la confianza, el sentimiento de que lo que importa son las personas, la certeza de que el ser humano es mucho más que unas cantidades de dinero, y que este no es tan pobre tan pobre que lo único que tiene es dinero.
Es solo un ejemplo de lo que hay por ahí y de lo que se puede espigar a cada momento.
El cielo anda plomizo y la temperatura ha bajado, llovizna a ratos, la monotonía ha salido a la calle, septiembre ha llegado. Ojalá no se instalaran entre nosotros las peores costumbres. No hay buenas predicciones. Veremos.
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