Día de comida familiar. Cada año se junta la familia Sánchez, descendientes de Bruno y Epifania. Siempre me piden que les dedique unas palabras. Deben ir pensando en buscar otras posibilidades para que no sea repetición. Les dejé las que siguen, pensadas para el momento y que son buen ejemplo de los peligros que en poesía tienen los nombres propios.
A LA SOMBRA DEL ÁRBOL DEL TIEMPO
(Comida de la familia Sánchez Sánchez,
descendientes de Bruno y Epifania.
Restaurante Español, 2011-09-03)
Imaginad un árbol muy frondoso,
perdido entre los límites del tiempo,
y dadle un dulce nombre
con que poder llamarlo cada tarde.
Sea, por ejemplo, Bruno y Epifania.
Imaginad ahora cómo crece,
con qué dificultades
va saludando cada primavera,
con qué alientos encara los inviernos
tan fríos en las faldas de la sierra.
Fijaos en sus retoños abundantes,
creciendo en los azares de la vida,
observadlos con mimo y con cariño,
despacio, lentamente.
Pepe, Lorenzo, Ángel, Magdalena,
Victoriano, Anastasia, Rafaela,
Antonio, Paco, Julia e Inocencio.
Miradlos, todos juntos,
en esa paz alegre y resignada
que impone la exigencia de los días
con voluntad de hacernos más humanos.
Después, el tiempo pasa,
que es lo que siempre pasa,
y volvemos al tono del presente,
con una realidad desperdigada
por esos anchos mares procelosos
donde la vida acoge a cada uno
según particulares circunstancias.
También todos nosotros somos socios
de ese club infinito del tiempo y del espacio.
Venguémonos alegres por un rato
del castigo sin causa del tiempo y del olvido,
digámosle a la cara y sin pudores
que aquel fue un árbol limpio y generoso,
que hay aquí un buen puñado de retoños
proclamando el amor de sus recuerdos.
Y vivamos, sembremos nuevos frutos
en el tiempo y la vida.
Vivid y sed honrados, eso basta.
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