viernes, 23 de septiembre de 2011

PALABRAS DE AZAÑA

Naturalmente, ni mis ideas no son las únicas ni las mejores. No será poco que sencillamente sean ideas. Me reconforta encontrar en mis lecturas aquellas que me parecen lúcidas y que, por la razón que sea, se asemejan a las que yo poseo acerca de cualquier hecho. Si estas son de personajes que creo que merecen la pena por su inteligencia, entonces me encuentro más complacido y las sensaciones que siento son más expresivas (quiero decir que me hacen más “cosquillas”.
He citado aquí ya los Diarios de Azaña. Creo que es una mente lúcida que dijo mucho y que sigue diciendo mucho en sus escritos después de setenta y cinco años. Estamos en el segundo año de nuestra monstruosa guerra (in)civil. Es Jefe de Estado y la situación bélica (frente, intervenciones internacionales, peleas partidistas, revoluciones en ciernes…) está como está. Mira hacia el futuro y escribe: ”Es fácil trazar un capítulo de filosofía de la historia futura, o en vías de hacerse. Tarea útil, aunque los pronósticos queden desmentidos. Las acciones, triunfantes o vencidas, quedarán adscritas al nombre inventado por sus explicadores. Es además un principio de ordenación, de disciplina; y puede ser un camino para el descubrimiento del ser propio, o para crearlo, si antes no había nacido. Por lo que a nosotros se refiere, cumplen aquella tarea algunos intelectuales, extranjeros los más, y en España la amplifican, muchas veces con grosería y liviandad, los políticos y los periodistas. En ciertas ocasiones, el vehículo despierta sospechas sobre la calidad de la mercancía. Es prudente desconfiar de los salvadores de sociedades y de los creadores de mundos nuevos. A través de la historia esos oficios han consistido en beberse la sangre de los prójimos. Parece lícito exigir a los salvadores prendas de abnegación, porque se está viendo que la “sociedad salvada” o el mundo de nueva creación son proyección cabal del interés propio de sus pregoneros. Ante aquellas anticipaciones del rumbo de la historia, quien pone en duda, no ya la verosimilitud del pronóstico (cuya contingencia se admite), sino el valor y la autenticidad de la explicación pasa por no estar a la “altura de las circunstancias”. Pero todas van niveladas por el mismo rasero: Las hay muy bajas, a la altura del cieno. La más alta de todas, la menos voceada, es bracear en la “muy verde” tormentosa, sabiendo que no existe la isla de Calipso. Hombres de este tipo acaparan lo más desgarrador. Había pocos fuera de “nuestra generación”, y dentro de ella son raros. Se dice: “un mundo nuevo, una creación”. Muy bien. ¡Qué más quisiéramos. Ayudémosla. Sea bienvenida…! Inspiración anterior a la experiencia. Sentados al borde de un camino, se ven los campos, el pueblo, los pueblos, las muertes, las hambres, la inmensa desventura; una verdad me arrasa el alma: empujada por la barbarie, España rueda otra vez al abismo de su miseria. Sería estúpido considerarlo desde el punto de vista de la clase: caen unos para que otros se pongan en pie. Quien subía trabajosamente la pendiente, con un peñasco a cuestas, era el pueblo entero; sus desazones, cansancio y pavor de la subida. Rueda todo él hasta el fondo, aunque otra cosa se imaginen los que conserven el poder. Tan hundidos estarían como los otros. En mucho tiempo no se medirá la vastedad del estrago, la profundidad de la desventura. No habrá nadie que se lo diga a las generaciones actuales. Los gananciosos borrarán cuanto pueda ensombrecer su triunfo. Los perdidosos lo mirarán desde su desposesión política y económica. Se tejerá una historia oficial, para los vencedores, y acaso una antihistoria, no menos oficial, para los proscritos. Solamente las generaciones que ahora nacen podrán comprender lo que todo esto significa de malaventura y perdición, siempre que por fin nazca un español inteligente, que echo de menos, con agudeza y fortaleza suficientes para penetrar en la verdad y “rieptar” a los zamoranos, a los muertos y a los vivos…
Reconozco que la presencia real de España en ni ánimo ha influido de muy diversas maneras: a veces, freno; a veces, motor. Es sin duda la entidad más cuantiosa de mi vida moral, capítulo predominante en mi educación estética, ilación con el pasado, proyección sobre el futuro. Sería trivial y un poco inexacto decir: “amo a España”. No. Es otra cosa: mayor, menor, pero diferente. Incluso me cargan las frases típicas: “nuestra querida España”, u otras, como si hablaran de una persona familiar. No. No me siento vivir en ella, expresado por ella, y, si puedo decirlo así, indiviso. No soy indulgente con sus defectos (tampoco con los míos): con su locura, su violencia, su desidia, su atraso, su envidia. Pero no son razón de volverle la espalda y despegarse, ni de subirse al trípode de hombre superior. Al contrario: su destino trágico me avasalla (…). Siempre me ha parecido que la conducta de España debía depender de la inteligencia, que no quiere decir de los intelectuales. Cuando el azar, el destino, o lo que fuere, me llevó a la política activa, he procurado razonar y convencer.”  17 de junio de 1937.
¿Por qué me ha de parecer a mí que esta descripción, no precisamente demasiado positiva, se puede aplicar en buena parte a la situación actual? Será que tampoco me ha sentado demasiado bien este esbozo de otoño que se ha asomado a mi terraza.

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