Hoy constato que peso y que me muevo,
que mis pupilas arden cuando miran,
que tengo pies y manos, que mi lengua
tiene sabor, olor y movimiento,
que respiro
al menos trece veces por minuto
y late en mi interior un corazón
con un ritmo pausado:
en suma, que estoy vivo,
que mi cuerpo existe.
Estoy en el camino de mirarme.
Compruebo que contengo sentimientos
en la más pura esencia de mis huesos,
pues mis células gritan su presencia
en forma de reacciones imprevistas.
Y entonces me emociono porque observo
cómo se complementan y se llaman
a una continua fiesta
sin que yo las empuje ni las cite:
asisto, como un niño conmovido
al soberbio milagro
del ansia repetida de la supervivencia.
Después, mucho más tarde,
la compleja experiencia
de dar forma y sentido a la conciencia.
Hoy me basta saber que soy un mundo
cargado de ilusiones y de activos
en lo más diminuto de mi dulce materia.
Si quisieras sumarte al empuje
de esta fiesta continua y admirable,
qué milagro de amor y de energías
desgastadas en besos por ejemplo.
Piénsatelo con calma,
tienes la puerta abierta en cualquier tiempo.
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