Me piden desde el Centro de Estudios Bejaranos, del que formo parte y al que tan escasa atención presto en los últimos tiempos, unas líneas de recuerdo para Ruperto Fraile, miembro del mismo y recientemente fallecido. No es sencilla para mí esta tarea pues, aunque formalmente no requiere demasiados esfuerzos, mentalmente no sucede lo mismo pues hay que guardar el equilibrio oportuno entre la bondad en el recuerdo y la disparidad de criterios que manteníamos en tantas facetas; formación, ideología, actividades… Sé que él me tenía en gran estima, y yo le reconozco inquietudes poco frecuentes. Es más que suficiente.
Pero hace mucho tiempo que me declaré en huelga de enemigos (en este caso de simples discrepancias) y aquí dejaré esas líneas. Muy por encima de todo están las voluntades y la extensión del tiempo y del espacio. Vamos, pues, a ello.
RUPERTO FRAILE (IN MEMORIAM)
Cuando el ser humano afronta un hecho, lo suele hacer con la impronta del momento, pensando que siempre se va a mantener en la pujanza y en las coordenadas con las que comienza. Eso mismo le sucede a las instituciones. Y le sucede al CEB también. Después, el tiempo pasa, que es lo que siempre pasa, y cambian muchas variables, se suceden los días y mudan las circunstancias y las dimensiones.
En la aventura del CEB participó Ruperto Fraile desde los comienzos hasta que las circunstancias físicas se lo impidieron. Él fue una de las personas elegidas para poner en marcha un proyecto que tenía que encargarse de “a) Con carácter primordial, fomentar las actividades científicas, literarias, artísticas y, en general, culturales relacionadas con Béjar y su entorno geográfico; b) Contribuir a la realización de proyectos que tengan por objetivo conservar e incrementar el acervo científico, literario, artístico y, en general, cultural de Béjar y su Comarca; c) Fomentar la cooperación y la participación con otras instituciones científicas y culturales”. Era el ya lejano año de 1992.
Para entonces ya había dado muestras de sus inquietudes. Citaré tan solo cuatro pruebas: a) Publicación de la obra “Recuerdos de una vida”, 1984; b) Promoción de la obra colectiva “Semblanzas bejaranas y ecos de su comarca”, 1988 (de infausto recuerdo tipográfico); Publicación de la obra “El árbol de los príncipes”, 1990; d) Promoción y creación del “Grupo Cultural San Gil”. Tenía razones para ser invitado a participar en la aventura.
Son éstas citas de la última parte de su trayectoria vital, pero, por delante, Ruperto había dejado ya todo un reguero de actividad pública en la vida de Béjar y en sus agrupaciones. Dígalo, si no, la Murga Bejarana, por ejemplo.
La Historia se construye desde múltiples planos y en todos los lugares. Por desgracia, vivimos momentos en los que acotamos la multiplicidad solo a los parámetros de lo publicitado en los medios de masas. Como si la realidad no fuera más rica y más compleja. Pero el sabor hermoso de la Historia se halla precisamente en las otras historias, en las pequeñas historias de cada día, en aquello que Unamuno bautizó felizmente como intrahistoria.
Ruperto Fraile, a pesar de ser un personaje conocido entre sus paisanos, fue un hombre preocupado precisamente por los elementos sencillos de la intrahistoria, por aquellos detalles que cuajan cada día en cualquiera de nuestras vidas y de las que todos podemos ser, y somos, protagonistas. Acaso porque él mismo viviera con pasión también los leves pasos en que consiste la vida de cada ser.
Tal vez fuera consciente de que era lo que podía aportar desde sus circunstancias. Y lo dio. Lo vivió en su hacer cotidiano y lo legó en sus páginas, a las que podemos acudir para sentirnos sencillos descendientes de gentes que penaban y gozaban tan sencillamente como lo hacemos nosotros. Tal vez lo que más tengamos que agradecer a la memoria de Ruperto Fraile es su convencimiento de que lo sencillo es lo que nos hace más humanos y más próximos. Él fue uno de los mejores fedatarios, y sus obras también.
Después, también sencillamente, la vida y su consciencia se fueron olvidando de Ruperto y lo dejaron en presencia solamente para que siguiéramos recordando que, a pesar de todo, continuaba burlándose de ella a su manera, de la mano de su paciente esposa Mari Carmen. Todavía hoy se empeña en recordarnos que nos sigue observando desde los altos miradores de las sierras. Seguro que él, pícaro, continuará enterándose de nuestras costumbres y de nuestros simples hechos de cada día, o poniendo motes a los bejaranos de ahora mismo hasta llenar otro libro del siglo veintiuno, o preguntando, con cara de total naturalidad, por algún periódico bejarano en El Escorial.
La vida sin guindilla es menos vida. Ruperto la ponía en casi todos sus platos. Tal vez por eso su compañía guardaba siempre alguna sorpresa. Hoy seguimos teniendo la compañía de sus páginas y de su recuerdo. Descanse en paz.
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