Era la soledad. Y yo llamaba
por encontrar un límite al silencio
en el que solazaba mi contento,
sumido en una paz que me anegaba.
Me respondió un susurro. Recitaba
las palabras de aroma de otro tiempo
en las que yo me oía. Qué lamento
y qué aromas de viento regalaba…
Pronunciaba mi nombre suavemente,
como diciendo “mira, eres el mismo,
aquel que el tiempo dibujó en su mente”.
Y yo fui alegre eco de mi abismo,
niño y hombre a la vez, feliz lamento
de conjunción, de paz de aquel momento.
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