jueves, 29 de septiembre de 2011

A BUENAS HORAS...

Que mil trescientas páginas apretadas y densas den para mucho, no es ninguna rareza. Si están escritas por una persona culta y de pensamiento calculado y sensato, dan para mucho más. Es lo que sucede con las Memorias de Azaña. Podría recoger párrafos sabrosísimos acerca de numerosos asuntos, pero para eso están los textos originales. Habla mucho de la iglesia, de los nacionalismos, de las intrigas, de los partidos, de los sindicatos, de las relaciones internacionales, del ser humano como tal… De casi todo lo humano y los divino. Sigo pensando que hay pocas formas mejores de conocer y de comprender lo que sucedió en aquellos años aciagos de la historia de España como la lectura de estas páginas. También es verdad que conviene leer con cautela por si Azaña se dejara llevar por solo su punto de vista. Enseguida observa uno que puede compartir todo, parte o nada, pero que quien lo dice no es ningún espontáneo ni ningún cabeza loca, sino un pensador que pena por todo lo que sucede y que, muchas veces, se queja de lo poco que puede personalmente hacer por aliviar dolores y por cambiar el signo de las cosas.
No sé si me resistiré a copiar todavía otro párrafo con algunos de los hechos y de las opiniones acerca de los nacionalistas vascos y catalanes. Son sabrosísimos. Y, sobre todo, tienen una actualidad rabiosa. Y la tendrán más en los próximos meses.
Hoy toca retener unas palabras acerca de gente del otro bando, de los rebeldes, de su actividad y de su posición. Son estas:
6 de octubre, 1937:
“El domingo me dejó Giral la copia de un escrito, que no he leído hasta hoy, porque se me quedó revuelto con otros papeles. Es una carta larguísima dirigida al secretario de Mussolini por un monárquico-falangista… El documento es curioso, más que por las noticias que contiene, mejor o peor sabidas, por el estado de espíritu que revela. Desengañado porque a la Falange no le hace el caso que a su juicio merece, se duele del estrago que sufre España, protesta contra la invasión extranjera, descubre que Franco es tonto y ambicioso, comprueba que lo del bolchevismo de Valencia es una filfa, anhela la paz, y se le ocurre que Mussolini sea el pacificador de España. Para asegurar el dominio del Mediterráneo y dar jaque a Inglaterra, cuya preponderancia es incompatible con la grandeza de España… Los “viejos políticos” se han apoderado de Salamanca y Burgos: esto descorazona a los falangistas. Gil Robles es el culpable de esta guerra atroz, etcétera. Lo que me llama la atención de este documento no es el desbaratado confusionismo de quien lo piensa, sino la mezcla repulsiva de la sensiblería y ternura patrióticas con la acción sanguinaria. El autor no habrá matado a nadie, pero no ignora que los suyos han sacrificado cruelmente a millones de sus compatriotas. Incluso se envanece de que la Falange empezó la guerra de guerrillas (atentados personales) contra el régimen, y después ha aportado más fuerza que nadie a la guerra civil franca. Si el estrago del país les aflige, ¿tenían más que no haber comenzado la guerra? Si Franco les parece incapaz, ¿tenían más que no haberle secundado? Si la invasión extranjera los humilla, ¿tenían más que no haberla solicitado ni consentido? El nombre de España, la salvación de la patria, la “grandeza imperial” (¡ah, la grandeza imperial! El concurso para proveer la plaza de emperador ha quedado desierto…), les sirvió para cohonestar la rebelión y sus crueldades. Cualquier persona de buen juicio podía predecir lo que ahora ocurre. El nombre de España, la salvación del país, etcétera, les sirve también (en este escrito) para cohonestar el fracaso, el desengaño. Empleados a tiempo, una sensibilidad menos lacrimosa, y un discernimiento menos pueril, o menos senil, habrían impedido que muriese medio millón de españoles, para satisfacer “el orgullo y la ambición de una familia”. Los anarquistas han matado también a mucha gente (menos que los “autoritarios”, sin duda;  pero no le hace, tan criminales son unos como otros); pero declaran y confiesan que lo hacen por odio de clase, y no sé de ningún anarquista que haya querido justificar el derramamiento de sangre invocando el nombre de España. En el fondo, se percibe que al autor del escrito (y habla por muchos), le amarga, le enloquece, que si la rebelión triunfa, mandarán otra vez en España Gil Robles, Ventosa, el señor Chapaprieta… El resultado no vale la pena. Cierto. ¡Podían esperar otro! Cuando se hablaba del fascismo en España, mi opinión era esta: Hay o puede haber en España todos los fascistas que se quiera. Pero un régimen fascista no lo habrá. Si triunfara un movimiento de fuerza contra la República, recaeríamos en una dictadura militar y eclesiástica de tipo español tradicional. Por muchas consignas que traduzcan y muchos motes que se pongan. Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar. Por ese lado, el país no da otra cosa. Ya lo están viendo. Tarde. Y con difícil compostura.”
Lo veían ya algunos falangistas, lo tenía clarísimo Azaña y lo hemos podido ver todos muchos años después. Me abstengo de describir la realidad presente.

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